Ahora que tengo que tomar esta decisión. Ahora que tengo que ahunar fuerzas para dejar el noventa por ciento de mi vida en esta ciudad y mudarme a un territorio ignorado, pienso que todo es relativo. Pienso en lo desgarrante que debe haber sido para mi bisabuela meter a sus niños en un barco cuando todavía no habían cumplido dieciocho años y mandarlos a la Argentina en busca de un porvenir mejor.Lorenzo Martínez nació en un pueblo llamado “Palacio del Sil”, situado en la provincia de León, España, el 10 de febrero de 1898, dos días antes, ochenta y dos años antes de que naciera yo. Su padre, era agricultor en una modesta finca, cercana al río Sil. En esa misma parcela habían nacido su abuelo, su bisabuelo y su tartarabuelo. Su madre, ayudaba a su marido en labores y cuidaba a sus siete hijos, Lorenzo era el mayor.
Era el año 1909 y “conseguir el pan de cada día” para ellos, en sentido literal, significaba un esfuerzo que apenas me animo a imaginar. América paso a ser “la tierra prometida”, todo el imaginario se dirigió allí. Un día, Regina y Domingo embarcaron a mi abuelo Lorenzo con solo 11 años, junto a un conocido que lo acompañó en calidad de tutor.
¿Cómo habrá sido el día en que mis bisabuelos tomaron semejante desición?. ¿Cómo se expresaba el dolor en aquellos tiempos?. ¿Cuántos días pasó mi abuelo sobre el mar, navegando?¿Qué pensamientos rondaban por la cabecita de un niño que ignoraba estar alejandose para siempre de quienes lo habían traído al mundo? ¿Cuántas lagrimas derramaron mis bisabuelos al ver partir ese barco?.
Al llegar, Lorenzo se instaló en Erize, un pueblo cerca de Buenos Aires, con sus tíos. De ellos aprendió a trabajar de sol a sombra en el campo. Juntó el dinero para pagar el pasaje que le había permitido viajar y se lo mandó a sus padres. 25 años después dijo:-Quiero volver a España. Y volvió. Pero en España estaban en medio de la Guerra Civil y como él no había hecho el servicio militar, era considerado un “desertor” y lo buscaban. Según cuentan, a menudo mi abuelo adoptaba actitudes desafiantes con estos hombres, y se atrevía a estar a centímetros de ellos en bailes o lugares publicos. Lo cierto es que la alegría del reencuentro les duró poco. Mi abuelo se escondió seis meses y se cansó. –No vuelvo nunca más a este país, dijo tajante. Cruzó con documentos falsos y los quemó al llegar a Buenos Aires. Esta vez, viajó acompañado de dos de sus hermanos. Lorenzo era una persona de pocas palabras. Todo lo que prometía, lo cumplía. A los 30 años conoció a mi abuela Petrona Sanchez. Se casaron cuando ella tenía 18 años, un hermano tuvo que firmar la libreta porque ella no sabía como hacerlo. Tuvieron 12 hijos, 2 de ellos murieron apenas nacieron, de los otros 10, mi madre es la más pequeña. Cuando ella nació dijo: -Cuando Dorita tenga 20 años, puedo morirme tranquilo. Trabajó la tierra durante años. Un día apareció una mujer, argumentó que era la dueña y quiso quitárselas, el argumentó: - La tierra es de los que la trabajan. Pero ante la violenta insistencia de la mujer, mi abuelo se guardó el orgullo y juntó peso por peso para comprarle la propiedad. Cuando tuvo todo el dinero fue a verla; pero ella no quiso vendersela. Tiempo después lo desalojaron. El 19 de mayo de 1970, a los 72 años, ya tenía el pelo muy blanco y usaba bastón. Había puesto una despensa en un pueblo llamado Darregueira y tranquilamente esperó, cuando mi madre tuvo los 20, sus ojos tan celestes como el océano que un día cruzó para no volver, se cerraron para siempre.