¿Cómo pueden comer, conciliar el sueño, llevar a sus perros a pasear, contarles cuentos a sus hijos, acariciar a sus esposas, sabiendo que las consecuencias de sus procederes nefastos, interceden de una manera definitoria en el destino de ellos?
¿Cómo pueden reirse de sus chistes en la sobremesa, pasear en sus carrozas lujosas, cantar, esquiar en la montaña, brindar para año nuevo, posar para las fotos, bailar en los cumpleaños, cojer, mirarse al espejo, sin sentirse abrumado por un mínimo remordimiento, con la certeza de que una maniobra de sus manos puede modificar el paisaje de una ciudad, de los que estan en la calle porque no tienen donde dormir y dejan los pies a la intemperie, en medio de un frío espeluznante. Esos que están en la veredas, los desdichados, los excluidos, los que igual de vez en cuando se ríen y besan a sus hijos y se cansan de tener el brazo extendido y no sueñan ni se prueban sus mejores vestidos, ni toman whisky en sus livings, ni tienen siquiera deseos. Solo estan para hacernos recordar que la existencia es una cruel paradoja, que la felicidad es un reto y que aún algunos tenemos privilegios.
Algunas noches, cuando se me da por pensar que no tengo donde caerme muerta y nisiquiera un metro cuadrado que sea mío donde poder hacerlo...
Cuando claudicar se vuelve una opción viable y convivir con mis propias desiciones una lucha en la que casi siempre tengo todo para perder, salgo a la calle en busca de una bocanada de aire que me alivie las rispideces de la angustia, pero solo me bastan unos pasos para darme de la forma más violenta con mi propia estupidez.