Mi amiga y yo nos disputamos la mirada del mismo chico. Él tiene una remera de Soda Stereo y una novia colorada insoportablemente bella. A mi amigo le gusta la chica.
La fiesta que no prometía se convierte de repente en la excusa de un encuentro de personas que cobijaron un sueño común: el teatro. La nostalgia es un rito al que no intento escaparle. Practicarlo, en este momento de mi vida, amenaza con ser una constante. Cada una de las cosas que me suceden, conforman la trama de un tejido minucioso con hilos que a la luz de esta noche se muestran fosforescentes. Detrás de ese tejido, como destellos, están mis amigos y yo.
Uno de los chicos que conozco, pero que no es mi amigo, me cuenta lo difícil que es vivir del arte, me dice que al final no fue tan malo que me dedicara a otra cosa. Otro me dice que al final se decidió a salir del closet y a las dos horas se va con aquel que insiste en recordarme aquella vez que ganamos el tercer premio en una Maratón de Teatro. El mismo aprovecha la ocasión para disculparse por haberme gritado en aquel ensayo. “Es que es difícil sacarse el traje de artista cuando se baja el telón y uno está abajo de las tablas”, me dice.
Mis amigos encontraron la manera de sentirse a gusto con sus piernas y un vaso de fernet en la mano. Yo me detengo a observar en cada uno el rasgo que los define. Les robaré ese instante sin su consentimiento. Me lo guardaré para siempre. Congelo por ejemplo, los ojos cerrados de A balanceándose sutilmente, como acariciando su aura. Los brazos en alto de M, eufóricos, la risa tierna del disfrute. La espalda de M interponiéndose en el baile, la negación al cuerpo del otro. Las caderas de S repitiendo un paso ensayado y exacto. El frenesí exagerado de J.
En cada gesto se ubica la síntesis de mi historia, mis arraigos, mis dolores, mis regocijos.
A me pregunta si quiero ir a fumar al baño. Alguien cae a la pileta. La PC se rompe en medio de la fiesta. M llega tarde como es su costumbre, pero dispuesta y radiante.
El chico lindo se va sin que mi amiga ni yo tomemos alguna determinación. Se va de la mano de su novia de pelo rojo. Dos se besan en la cocina. Una canción de Estelares se mete adentro nuestro y desata nuestras bocas. Alguien me susurra al oído que va a extrañarme. A mí esta noche jamás podría hacerme sentir extraña.
Solo mis amigos, yo, y nuestra descomunal alegría.
La fiesta que no prometía se convierte de repente en la excusa de un encuentro de personas que cobijaron un sueño común: el teatro. La nostalgia es un rito al que no intento escaparle. Practicarlo, en este momento de mi vida, amenaza con ser una constante. Cada una de las cosas que me suceden, conforman la trama de un tejido minucioso con hilos que a la luz de esta noche se muestran fosforescentes. Detrás de ese tejido, como destellos, están mis amigos y yo.
Uno de los chicos que conozco, pero que no es mi amigo, me cuenta lo difícil que es vivir del arte, me dice que al final no fue tan malo que me dedicara a otra cosa. Otro me dice que al final se decidió a salir del closet y a las dos horas se va con aquel que insiste en recordarme aquella vez que ganamos el tercer premio en una Maratón de Teatro. El mismo aprovecha la ocasión para disculparse por haberme gritado en aquel ensayo. “Es que es difícil sacarse el traje de artista cuando se baja el telón y uno está abajo de las tablas”, me dice.
Mis amigos encontraron la manera de sentirse a gusto con sus piernas y un vaso de fernet en la mano. Yo me detengo a observar en cada uno el rasgo que los define. Les robaré ese instante sin su consentimiento. Me lo guardaré para siempre. Congelo por ejemplo, los ojos cerrados de A balanceándose sutilmente, como acariciando su aura. Los brazos en alto de M, eufóricos, la risa tierna del disfrute. La espalda de M interponiéndose en el baile, la negación al cuerpo del otro. Las caderas de S repitiendo un paso ensayado y exacto. El frenesí exagerado de J.
En cada gesto se ubica la síntesis de mi historia, mis arraigos, mis dolores, mis regocijos.
A me pregunta si quiero ir a fumar al baño. Alguien cae a la pileta. La PC se rompe en medio de la fiesta. M llega tarde como es su costumbre, pero dispuesta y radiante.
El chico lindo se va sin que mi amiga ni yo tomemos alguna determinación. Se va de la mano de su novia de pelo rojo. Dos se besan en la cocina. Una canción de Estelares se mete adentro nuestro y desata nuestras bocas. Alguien me susurra al oído que va a extrañarme. A mí esta noche jamás podría hacerme sentir extraña.
Solo mis amigos, yo, y nuestra descomunal alegría.
7 comentarios:
Gracias E.
Te voy a extrañar.
A.
Qué bueno que E se tome unos intantes para (des)escribir(nos)...
Gracias por ontarnos como nos miras y por "nuestra descomunal alegrìa" compartida!!!
nada, menos ciertas noches, seran igual sin E...
creo que M extrañara mucho a E, A, M, S, J, L, EMJHDCXBZQOPYTUILÑH....
M (llega tarde...)
"En cada gesto se ubica la síntesis de mi historia, mis arraigos, mis dolores, mis regocijos"....que lindo lo que escribiste,e s bueno tener amigos asi.. un beso
todos escriben como emanuel rodriguez ahora? o tendria que decir "todos escriben como E ahora?"
Si es solo por las primeras letras de los nombres para no dar a conocer las identidades, no pasa nada. Si es por algo más que, al menos yo, no alcanzo a ver, cuentenos Omar.
Saludos.
por un momento sentí estar ahí.
A: las palabras son bellas y a los dos nos gustan, pero esas cuatro que dijiste tienen casi todo el poder.
M: siempre yendose usted, que bueno... los regresos tienen otro gustito asi. Solo tenemos nuestros pies amiga y a vagar!
Gaby: son la familia que elegí, tan diversos y singulares...
Omar: leo mucho a Emanuel, pero cada quien tiene su estilo, donde ves las influencias? solo en las E Y A M J?. También he usado nombres ficticios y otras abreviaturas. Date un paseo por otros textos y verás...
saludos
A: ¿cuánto te debo?, cuenteme Andres...
Silbar: es que vos también estuviste, ¿o no te acordás?
besos!
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