Martirizado por la melancolía de las resacas que duelen, otra lección de vida que no se aprende. Veo por la ventana, aún es de madrugada. Mi cabeza y su rutina crónica. Apenas jadea. Estigma de los vasos que se apuran queriendo matar el inútil deseo de abrazar todo aquello que no se tiene. Como si eso bastase. Como si bastase convencerme de que estás lejos y que nos vamos a olvidar a medida que nos untemos con otras pieles y con otras salivas. Como si negar que la última vez que no me desperté solo, estabas ahí, me consolara.
Tengo una cocina llena de especias y una casita llena de música y no basta. Tengo el sueño obsceno de la guitarra contra el piso. Tengo el pesimismo estúpido y cruel a la orden del día. Por donde veo robo imágenes. Me apodero, mis tesoros. Tengo una histérica euforia por mi vida aventuradamente improvisada. Tengo las caricias de mi desvergonzada imprudencia. Gozo cuando quiero y cuando quiero me quiebro y vuelvo a nacer con mi impostergable resaca y su jadeo, y mi tormentosa culpa.
Hago las cosas al revés. Cuando te disfruto me callo y cuando me haces falta, como ahora, te maldigo en nombre de todos los besos que entierro por las noches. Y a mi esperanza caída le pago un trago y las flores, rogando que Exequiel no entre a preguntarme donde está la chica que tropieza en los bares. Una patada en el culo le daría, por profanar mi intranquila intranquilidad. Por desconcentrarme mientras destrozo los colores, mientras busco más excusas para justificar soledades.
Así, embebido en licores de escasa calidad, mi escandalosa manera de pedir auxilio y mi ardid derrotado. La hornacina vacía y fatua en el pecho resentido de tanto esperar la imagen que le de un nuevo significado. La excusa buena.
Ya me bañé y comí, todas las veces que eran necesarias. Vuelvo a mi prolijidad fingida. Concluyendo que la romántica aventura de los nobles es despertar jaqueado por el vicio de los peones. ¿Viste?, la miseria humana no discrimina. El mundo no paró, ni para vos, ni para mí, ni para nadie. Solo hay que correr para no sentirse culpable. Total, siempre hay una pared que nos frene. Espero que en mi nueva colisión sea tu pared la que me corte de nuevo la desquiciada inercia abirraigada y tonta como casi todo lo que nace del hombre.
Mientras tanto, mientras te tardas en volver, voy a seguir siendo ese ingenuo icaro con alas chinas que juega a volar mientras corre por las azoteas del barrio bajo luchando por mantener impoluto este cielo, el nuestro.
Desde las medianeras rústicas e iracundas, lamiendo mis alas berretas, espero por tus besos y su corolario.
Tengo una cocina llena de especias y una casita llena de música y no basta. Tengo el sueño obsceno de la guitarra contra el piso. Tengo el pesimismo estúpido y cruel a la orden del día. Por donde veo robo imágenes. Me apodero, mis tesoros. Tengo una histérica euforia por mi vida aventuradamente improvisada. Tengo las caricias de mi desvergonzada imprudencia. Gozo cuando quiero y cuando quiero me quiebro y vuelvo a nacer con mi impostergable resaca y su jadeo, y mi tormentosa culpa.
Hago las cosas al revés. Cuando te disfruto me callo y cuando me haces falta, como ahora, te maldigo en nombre de todos los besos que entierro por las noches. Y a mi esperanza caída le pago un trago y las flores, rogando que Exequiel no entre a preguntarme donde está la chica que tropieza en los bares. Una patada en el culo le daría, por profanar mi intranquila intranquilidad. Por desconcentrarme mientras destrozo los colores, mientras busco más excusas para justificar soledades.
Así, embebido en licores de escasa calidad, mi escandalosa manera de pedir auxilio y mi ardid derrotado. La hornacina vacía y fatua en el pecho resentido de tanto esperar la imagen que le de un nuevo significado. La excusa buena.
Ya me bañé y comí, todas las veces que eran necesarias. Vuelvo a mi prolijidad fingida. Concluyendo que la romántica aventura de los nobles es despertar jaqueado por el vicio de los peones. ¿Viste?, la miseria humana no discrimina. El mundo no paró, ni para vos, ni para mí, ni para nadie. Solo hay que correr para no sentirse culpable. Total, siempre hay una pared que nos frene. Espero que en mi nueva colisión sea tu pared la que me corte de nuevo la desquiciada inercia abirraigada y tonta como casi todo lo que nace del hombre.
Mientras tanto, mientras te tardas en volver, voy a seguir siendo ese ingenuo icaro con alas chinas que juega a volar mientras corre por las azoteas del barrio bajo luchando por mantener impoluto este cielo, el nuestro.
Desde las medianeras rústicas e iracundas, lamiendo mis alas berretas, espero por tus besos y su corolario.
PD: La de la foto soy yo, al igual que la destinataria de la carta. Cualquier crítica, halago, objeción o comentario que hagan de la misma, será transmitido al autor (que no soy yo, claro está).
6 comentarios:
"las penas no se ahogan en alcohol: ellas saben nadar"
Dejé algunas plumas en los techos de ese barrio.
Beso.
Drelo.
PD: Me encantó la foto. Todavía te debo una.
bueno viendo y considerando te extrañan... y eso no tiene objeciòn y/o u otra cosa ... es bellisimo lo que te dice, pero las respuestas estan en vos... siempre estuvieron en vos y en tu corazon, por lo visto él no te olvida... y que bello como te recuerda!!!! un beso grande....
Fulano: claro está, pero una vez escuché este dicho: "Yo no bebo agua, los peces fornican en ella".
Andrés: si, me pareció verlas, eran de bonitos colores, como las mías...
Me intriga saber a que foto te referis.
Gaby: las respuestas me las guardo bien guardaditas, son mias mias. jaja
saludos!
Es una de las mejores catarsis que he leído. Felicitaciones para quien la escribió. Un fenómeno
Mortal:
"Una patada en el culo le daría, por profanar mi intranquila intranquilidad"
Esa patada "a cuenta" está genial, me hizo acordar mucho a alguien que sufro todas las noches
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