En pocos días dejaré atrás mis viajes en el 12 por otros más ajetreados que incluirán la tortuosa combinación: tren-subte. Viajé dos veces por día en colectivo, lo cual multiplicado por cinco días de la semana, durante poco más de un mes, da un total de muchos días que no tengo ganas de contar. En esa cantidad numérica de oportunidades me ví obligada a acatar una ley que no cabía dentro de mis opciones quebrantar. La ley del transporte público. Por cuestiones que aborrezco, a veces se me regala el privilegio de ir sentada, con la mirada perdida en construcciones altas, cielos sucios, paredes con graffitis y publicidades, arboles escasos, fragmentos de vidas de gente que se mueve, todo el tiempo y a toda hora se mueve. Otras, la mirada se pone atenta y esa misma urbe me interpela con descaro. Entonces tomo partido, opino, me enojo, me río, me estremezco.
Cuando escucho a la Vernaci en Tarde Negra se me descosen los botones de la risa. De reojo alcanzo a percibir en las miradas de la gente un dejo de envidia. Los huesos angostos de mis costillas se pegan como una baba sobre la fina película que cubre mi diafragma. Mis cuerdas vocales emiten ruiditos en los que por sobre todas las letras predominan las jotas babosas de Patán.
I
En el asiento de atrás van un papá joven y su nena de unos ocho años. El papá le dice a la nena: -Ahora cuando lleguemos a casa voy a poner a Pappo a todo lo que de, a vos te gusta Pappo, no? seeee, te vas a morir cuando lo escuches tocar la viola, así así así, al palo, rock and roll a morir... ¿Tenés hambre?, ¿Qué querés comer?. La nena se queda callada.
II
Hace unos días en una reunión alguien mencionaba que después de un tiempo había vuelto a "tomar colectivos", quiero pensar que no los tomaba literalmente como se toma un gin o como se toma al novio de la mano, sino meterse adentro de uno de ellos y emprender la odisea de dejarse transportar en esa cosa que te hace mover como un mosquito adentro de un frasco. Lo cierto es que esta persona decía que había perdido ciertos códigos, como ser, al principio cuando quería circular pedía permiso, pero como nadie se movía, empezó a usar la estrategia de los codazos y los empujones y así consiguió buenos resultados. A mí lo que me sigue sorprendiendo de los colectivos en Buenos Aires es que paren en cualquier lado menos en la parada como corresponde. Semáforo en rojo suficiente para clavar los frenos y estampillarte contra el caño más próximo. Apretás el timbre y te bajás. Las colas interminables para depositar moneditas en la maquinola son insufribles. Y más aun el tonito socarrón del chofer solicitando: - Un pasito más, un pasito más así entramos toooooodos...
III
Constitución es un territorio temible, pero de una fauna exquisita. Por alguna extraña razón, cuando arribo a la estación, la radio extravía el dial que elegí y un pastor comienza a propagar sus verdades universales a los gritos. De noche, este lugar me hace acordar a El Rodeo, aquella escenografía que creó Almodovar en la película Todo sobre mi madre. Putas por docquier. Un submundo donde las leyes que priman son las de la violencia sistematizada. Situaciones que todos los que vamos del otro lado de la ventanilla observamos con cierta resignación y desdén. Es obvio que desde abajo del 12, echar mano a mi ojito observador con fines estrictamente sociológicos para con el objeto de estudio en cuestión sería una acción impedida por el pavor.
Voy sentada del lado de la ventanilla. La puerta ya se cerró y la gente que quería ingresar ya lo hizo, cuando un mocoso de unos trece años mete el brazo, logrando que el colectivero vuelva a abrirla. El movimiento es ligero y preciso y se dirige al bolso de mi compañera de asiento. Ella reacciona rapidamente, el colectivero también. El chico saca el brazo vacío. Moraleja: Nunca te sientes en el extremo derecho, del lado de la vereda. Sino es por la ventanilla, por la puerta, alguien tiene en sus planes quedarse con tus pertenencias.
IV
Es viernes. Después de patear avenidas enteras haciendo trámites incordiosos, tomo el colectivo casi a la hora del mediodía. Es extraño viajar a esta hora. No voy sola, llevo un paquete de galletitas sobre la falda, mi desayuno viene conmigo. Intento abrir el paquete con suavidad, discretamente, pero me es imposible. Entonces le doy con ganas a los extremos plegados de la bolsita y pum!. Bizcochos saltan desaforados por fuera de la bolsa y se disipan por todo el colectivo, huyen como hormigas, rodando, con prisa y desdén. Me avergüenzo. Trato de acaparar algunas con las manos. Miro hacia atrás, encuentro la mirada de un hombre que me devuelve un gesto de compasión. Qué suerte que hay poca gente, pienso. Y sin más, me dedico a la angustiosa tarea de poner rodillas al piso y culo para arriba, a recoger bizcochitos. Alcanzo a divisar mi hambre y aprovecho para guardarmelo en el bolsillo.
Cuando escucho a la Vernaci en Tarde Negra se me descosen los botones de la risa. De reojo alcanzo a percibir en las miradas de la gente un dejo de envidia. Los huesos angostos de mis costillas se pegan como una baba sobre la fina película que cubre mi diafragma. Mis cuerdas vocales emiten ruiditos en los que por sobre todas las letras predominan las jotas babosas de Patán.
I
En el asiento de atrás van un papá joven y su nena de unos ocho años. El papá le dice a la nena: -Ahora cuando lleguemos a casa voy a poner a Pappo a todo lo que de, a vos te gusta Pappo, no? seeee, te vas a morir cuando lo escuches tocar la viola, así así así, al palo, rock and roll a morir... ¿Tenés hambre?, ¿Qué querés comer?. La nena se queda callada.
II
Hace unos días en una reunión alguien mencionaba que después de un tiempo había vuelto a "tomar colectivos", quiero pensar que no los tomaba literalmente como se toma un gin o como se toma al novio de la mano, sino meterse adentro de uno de ellos y emprender la odisea de dejarse transportar en esa cosa que te hace mover como un mosquito adentro de un frasco. Lo cierto es que esta persona decía que había perdido ciertos códigos, como ser, al principio cuando quería circular pedía permiso, pero como nadie se movía, empezó a usar la estrategia de los codazos y los empujones y así consiguió buenos resultados. A mí lo que me sigue sorprendiendo de los colectivos en Buenos Aires es que paren en cualquier lado menos en la parada como corresponde. Semáforo en rojo suficiente para clavar los frenos y estampillarte contra el caño más próximo. Apretás el timbre y te bajás. Las colas interminables para depositar moneditas en la maquinola son insufribles. Y más aun el tonito socarrón del chofer solicitando: - Un pasito más, un pasito más así entramos toooooodos...
III
Constitución es un territorio temible, pero de una fauna exquisita. Por alguna extraña razón, cuando arribo a la estación, la radio extravía el dial que elegí y un pastor comienza a propagar sus verdades universales a los gritos. De noche, este lugar me hace acordar a El Rodeo, aquella escenografía que creó Almodovar en la película Todo sobre mi madre. Putas por docquier. Un submundo donde las leyes que priman son las de la violencia sistematizada. Situaciones que todos los que vamos del otro lado de la ventanilla observamos con cierta resignación y desdén. Es obvio que desde abajo del 12, echar mano a mi ojito observador con fines estrictamente sociológicos para con el objeto de estudio en cuestión sería una acción impedida por el pavor.
Voy sentada del lado de la ventanilla. La puerta ya se cerró y la gente que quería ingresar ya lo hizo, cuando un mocoso de unos trece años mete el brazo, logrando que el colectivero vuelva a abrirla. El movimiento es ligero y preciso y se dirige al bolso de mi compañera de asiento. Ella reacciona rapidamente, el colectivero también. El chico saca el brazo vacío. Moraleja: Nunca te sientes en el extremo derecho, del lado de la vereda. Sino es por la ventanilla, por la puerta, alguien tiene en sus planes quedarse con tus pertenencias.
IV
Es viernes. Después de patear avenidas enteras haciendo trámites incordiosos, tomo el colectivo casi a la hora del mediodía. Es extraño viajar a esta hora. No voy sola, llevo un paquete de galletitas sobre la falda, mi desayuno viene conmigo. Intento abrir el paquete con suavidad, discretamente, pero me es imposible. Entonces le doy con ganas a los extremos plegados de la bolsita y pum!. Bizcochos saltan desaforados por fuera de la bolsa y se disipan por todo el colectivo, huyen como hormigas, rodando, con prisa y desdén. Me avergüenzo. Trato de acaparar algunas con las manos. Miro hacia atrás, encuentro la mirada de un hombre que me devuelve un gesto de compasión. Qué suerte que hay poca gente, pienso. Y sin más, me dedico a la angustiosa tarea de poner rodillas al piso y culo para arriba, a recoger bizcochitos. Alcanzo a divisar mi hambre y aprovecho para guardarmelo en el bolsillo.
7 comentarios:
El transporte publico ahorra tiempo pero no alarga la vida...
Este relato me toco el corazon.
Saludos
Es increible que al leer el texto me traslado al pasado y me veo viviendo en Cba cada momento que nombras,aunque también conozco muy bien Bs As y es parecido. La zona Constitución, la recuerdo, y me da escalosfrios.
Mi paciencia duró poco, ahora estoy en las Islas Baleares, en Mallorca, donde por la ventanilla (de un auto -los usados son muy baratos-) se puede observar playas y gente disfrutando de ellas, calles limpias y señoras caminándolas tranquilas sin tener que preocuparse, nadie les robará su cartera. Creeme, desde este lado se respira otro aire.
contá, contá! Sos tan descriptiva!A mi solo me quedan las sensaciones y no las puedo expresar mas que con un que asco! que miedo! que pena!Como cuando iba a la salada !Te leo siempre! Besotes. marite
impecable recorrido por su vida diaria, señorita...
me mato el papa de la nena rocker!.
le gustara cuando de mas grande se suba a la moto de algun joven? jaja
un abrazo!
La verdad viajar en Bs As es un caos, yo camine siempre alla, no me tome ni por tupas un subte o coelctivo si iba a distancias de 20 25 cuadras, para los porteños es una locura... muy buenas postales, muy buenas, siempre tu escritura es maravillosa...
un beso
thotila: el transporte publico da asco pero esa es la realidad...
Si pudiera evitarlo, no dudaría, pero como no puedo, le saco el jugo...
Gracias por pasar siempre!
Diego: te creo y te envidio, mucho. Compro el aire de las Islas Baleares, sus playas, su gente, su todo!
Marité: no digas eso! yo me acuerdo bien de tus descripciones de la salada, cada uno describe a su forma.
karma: cuales seran los gustos del papá rocker? será un heavy metal a los sesenta? como será ser un papá rocker cuando el tenga sesenta?
gaby: caminar? ha intentado usted caminar por la corrientes en vacaciones de invierno? im- po- si-ble!!!
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