20/3/09

cumpleaños feliz



Cuando regresó de acompañar a los invitados, él la esperaba en el descanso de la escalera. Ella lo intuía. Había aprendido con eficacia, en los últimos meses que llevaban frecuentándose, a descubrir los indicios de su mirada, lo que querían significarle los movimientos precisos de su anatomía que apenas se animaba al contacto con los suyos cada vez que se encontraban frente a otras almas.
Tenía una leve jaqueca, resultante de un día en el que los teléfonos no habían dejado de sonar, su preocupación por que todo saliera bien, que los invitados se deleitaran con sus platos, que no faltara bebida, que la música fuera acorde a cada momento, que los breteles de su vestido no se cayeran dejando sus pechos al descubierto, pendiente de agradecer tantas veces como fuera necesario, y a la vez preparada para recibir cada una de las muestras de afecto de quienes habían acudido a su celebración.
El la ayudó a levantar los platos de la mesa, luego entró a la habitación y se sacó la ropa quedándose prácticamente desnudo. Ella dejó caerse sobre la cama y él empezó a acariciar su piel por sobre el vestido. Le regalaba sutiles masajes en la zona del cuello, los senos y el abdómen.
Los fragmentos de intimidad era lo más sagrado que ella guardaba con él. Y en medio de ellos era portadora de una felicidad suprema. Fluir a su lado era de lo más sencillo. Reirse y gozar, también. Ella, pura adrenalina, quinientos decibeles. El, la calma de quien respira con todo el cuerpo.
- ¿Cómo estás?. Le preguntó él.
Ella sintió que hacía mucho nadie se lo preguntaba de esa manera tan honesta y respondió que estaba contenta, que la vida seguía sorprendiéndola y eso era lo que más la satisfacía. Entonces él hizo silencio y ella se estremeció. El, que horas antes había soplado la flauta para ella, había tocado las cuerdas de su guitarra y le había cantado su canción preferida porque conocía que a ella eso la conmovía. El, que le había mordido el antebrazo al pasar, en un gesto impulsivo como tierno, delante de los invitados. El, que se había preocupado por que ella estuviera en armonía, le había regalado un chocolate enorme y le había preguntado más de tres veces por su estado de ánimo. El, que se había reído mientras ella les regalaba a los otros sus cuentos, le estaba dando la oportunidad para que ella pudiera revelarle una intimidad, algo precioso y preciado. Y ella no dudó y lo hizo. Le contó que toda su vida había empeñado en alejar de sí a la nostalgia y que en esa lucha se definía extremadamente débil. Pero que ahora, en ese mismo ahora, ella estaba feliz porque se había sentido amada, mimada y recordada.
El hizo un manifiesto en contra de la nostalgia. Dijo que no le agradaba la gente con mochilas (así fue como la denominó) porque eso no hacía más que poner muros para conocerse y que lo único que lograba esa gente era perderse del momento presente y abrir la mirada hacia lo que podría pasar más allá…
Ella le dijo que tenía razón en eso que decía, pero que si había algo que había aprendido era a respetar lo que le estaba sucediendo, lo que las emociones le decían, y si se le antojaba llorar un día entero, lo lloraría…
Pensó que siempre había estado mirando su propio transcurrir desde afuera, incluso unos minutos antes, como si no hubiera sido ella la que cumplía años. En más de una oportunidad se sentía un sapo de otro pozo al que todos miraban sin comprender. El costo que tenía que pagar por ser ella misma, a veces significaba el rechazo. Y eso era algo que tenía que aprender.
En cambio siguió diciendo:
-La soledad es lo me ha acompañado siempre. Desde que nací, me he sentido sola.
El se mostró tan sorprendido que no supo más que exclamar:
-Bonita, ella se siente sola, ¡y yo no lo sabía!. Los cumpleaños, las navidades y los años nuevos no deberían existir. Dijo, con convencimiento y algo de enojo.
- Me molesta tener que vivir de acuerdo a convenciones. Toda esa paparruchada de que tengas que estar feliz y que la gente tenga que venir a saludarte y tengas que salir y emborracharte. Y que todo se mida de acuerdo a cuánta gente se acordó de tu cumpleaños y si te regalaron algo o no… es muy frustrante…
Justo cuando hubo terminado de decir frustrante, ella tuvo ganas de ir al baño. El tiempo que le llevó este imprevisto el prendió las velas y se acurrucó adentro de la cama paraguaya. Cuando volvió y lo vió allí, se abalanzó sobre él furiosamente y lo besó. Habían empezado a besarse desde hacía un tiempo. Los primeros meses, hacían el amor sin las bocas.
Volvieron a la cama. Ella subió el volumen de la música, el le quitó el reloj de la muñeca, detestaba que ella use reloj, la desnudó y volvió a hacerle masajes precisos en los omóplatos.
Cuando el amor se dedicaba a hacerlos, él le dijo Feliz Cumpleaños y ella sonrió.
Una vez que el deseo se hubo apagado ella posó su cabeza sobre su pecho dándole la espalda y el despegó sus cabellos suavemente por unos minutos. Ella siguó mirando hacia la pared y con la serenidad con que el tiempo se le sucedía cada vez que estaba con él, le dijo: -Te quiero mucho.
Hubo un silencio apacible, cómodo y fluido. Una espacio de tiempo vacío que a ella no le dolió porque parecía que llevaba en sí toda la verdad y si así era, mejor que no fuera llenado. Sin embargo él lo rompió con su boca y dijo:-Yo también te quiero.
Y entonces ella lloró. Lloró sin que su rostro y el de él se dieran cuenta. Lloró con la más sincera emoción. Estaba siendo querida por él y ese era su regalo de cumpleaños. El más bonito que podía recibir.

1 comentario:

Javier Pallero dijo...

Jaja, lo mejor de cumplir años es sentir que le dia es de uno (no se porque no sentirlo todos los días...) y lo peor es la cancioncita.

Un abrazo che!