24/12/07

Montañas rojas y verdes ¿en extinción?



Purmamarca, un pueblito jujeño donde la cultura indígena se muestra con autenticidad, se resiste a convertirse en un centro turístico masivo como tantos otros de nuestro país.
Tomo prestada una frase del escritor Martín Caparrós que describe fielmente la esencia de Purmamarca, un pueblito ubicado a 68 km de San Salvador Jujuy: “Purmamarca...la belleza es tan otra, belleza de la desolación...”. Se trata de un sitio atractivo donde la generosidad de la naturaleza es una evidencia contundente, pero también donde el futuro intenta imponerse con saña ante un pasado inmensamente rico. Porque, mal que nos pese a todos, en Purmamarca el sistema capitalista ya se ha instalado con su temible economía de mercado y de su mano vino la trampa del turismo.Ya nada es lo que era y este sitio ya no es solo la increíble belleza de su paisaje sino además y principalmente la mano del hombre que quiere convertir al paraíso en la manifestación más ferviente del consumo. Esto es visible en los muchos puestitos que rodean la plaza central donde la lista de productos regionales y no tan regionales que están a la venta es interminable: tapices, cucharitas de alpaca, ocarinas, pezuñas de llama, sombreros, carteras, cintos, termos, mates, bufandas, cacharritos de barro, alhajeros, anillos, puloveres, y la lista sigue. Sentarse a saborear una humita en la mayoría de los restaturantes o sitios de comidas bonitos, constituye un privilegio para pocos. Pero esto no sería un problema si los beneficiarios de estos cambios fueran los pueblerinos, sin embargo esto no sucede, si se tiene en cuenta que la moda está haciendo estragos en el valor de las propiedades. Sucede que hasta las casas ubicadas en lugares vistosos han adquirido un valor altísimo, desde que convertir al pueblo en un centro turistico es la consigna. Los purmamarqueños con escasos medios han tenido que juntarse (porque si se unen son más y es más probable que sean escuchados) para exigir que no les quiten las casas que son suyas desde siempre. Lo son desde cuando no existían papeles que lo acreditaran simplemente porque no era necesario y esta situación ha determinado que, en el peor de los casos, muchos oriundos hayan tenido que emigrar. Pero es en el segundo mes del año, durante el verano, cuando Purmamarca se afianza en sus tradiciones. El pueblo rebosa de artesanos que deambulan por las calles con sus gamuzas llenas de aritos y collares. Vienen desde Buenos Aires y también desde Francia. Los turistas son, en su mayoría jovénes y porteños, y la plaza los aglutina. Allí es donde el sol de febrero pega y castiga. Entonces Purmamarca es lo que quiere ser y el inminente progreso nos da un respiro. Los verdes y rojos del cerro de los siete colores sirven de escenario a la celebración del carnaval. Una fiesta que se da cita a lo largo del mes en todos los pueblitos jujeños. La tradición dice que existe un día en el cual las mujeres (comadres) se alejan de su vida hogareña para ser agasajadas. Ellas mismas preparan con anticipación las bebidas que luego beberán. Las copleras recorren el camino hacia el cerro cantando junto a un grupo de hombres que le ponen música a sus melodías. Ya arriba, se realizan ofrendas a la Pachamama, se reparten vasos con vino exclusivamente a las mujeres, se pintan con harina las caras, se aplaude. Luego, el baile del carnavalito bajando el cerro, agarrados de la mano, la recorrida interminable por los bares y restaurantes en busca de más y más alcohol, las palabras de agradecimiento y la bendición de las copleras que se dividen en varios grupos para entonar un canto inentendible. La fiesta continúa entre rey momo, harina y saratoga, una bebida típica con frutas fermentadas. A la hora de la puesta del sol, los rastros del alcohol son contundentes. Las copleras abrazadas se balancean y entonan por decimonovena vez la misma copla y al verlas se teme una inminente caída de alguna de ellas. El fondo de los cerros se confunde con los coloridos trajes y sombreros jujeños y se plasman en una postal única. Purmamarca, en febrero, un lugar que no puede dejar de visitar quien quiera empaparse con las raíces de la cultura indígena argentina. Purmamarca es, como dijo Caparrós, “el elogio de la diferencia”.

Lo esencial es invisible a los ojos



“Caramelo de Limón” la propuesta teatral dirigida por Ricardo Sued, presenta su segunda temporada en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, y es, sin lugar a dudas, una cita a la que no se puede faltar.
El tema sobre el cual hace hincapié la obra es una historia de amor entre un hombre y una mujer. La misma está contada a través de un contrapunto establecido entre la voz de la hija de la pareja, quien relata en tiempo pasado las peripecias de la historia y estructura toda la trama; y las mismas acciones de los personajes a los que se alude en tiempo presente, que funcionan a modo de ilustración.
El enigma y la novedad constituyen el preludio de una propuesta que se rige a través de la consigna de la experimentación. Antes de ingresar al espectáculo, la prohibición del uso de los celulares es contundente, tanto es así que una persona se encarga de guardarlos en una pequeña bolsita de residuos con un precinto de plástico. Luego, se les otorga a los espectadores una tarjeta que contiene un número y una letra, por medio de las cuales serán llamados para ingresar a la función. El que quiera irse, deberá expresar su pedido en voz muy alta, junto con su número y letra de identificación.
La desconfianza se convierte a esta altura en una alternativa viable, pero correr el riesgo es una manía para aquellos que acostumbran estar siempre a punto de saltar al vacío, en busca de una nueva emoción, para los hambrientos y ávidos de aventuras.
La entrada a la sala tiene una duración de quince minutos puesto que se hace ingresar a las 70 personas de manera individual. Vale la acotación, el trato de los actores hacia su público, es sumamente respetuoso y cálido. Ellos llevan a los espectadores a su asiento en la más absoluta oscuridad. Allí dentro el misterio se vuelve por momentos insoportable. Ya va más de una hora de demora. Sin embargo el espectador se entrega a lo que viene con la certeza de que sea lo que sea, lo dejará sin aliento, sencillamente porque está seguro de que la vida le regalará una experiencia distinta, intransferible, acaso porque el buen teatro casi siempre resulta ser como la vida. Inesperado. El teatro convierte al pasado y al futuro en presente, permite a quien lo presencia, distanciarse de aquello que lo rodea en su vida cotidiana y lo acerca a lo remoto.
Durante los sesenta minutos que siguen, el concepto de espectador como consumidor que absorbe un contenido sin generar nada a cambio, no tendrá ningún significado. Cada cual construirá la historia de acuerdo a los preceptos de su propia imaginación, de acuerdo a la propia armazón de sentido. Los actores ya no tendrán bambalinas por donde esconderse, el espacio escénico se adaptará únicamente a los límites del antojo, las luces y los colores se reirán de sí mismos sobresaliendo por su ausencia, el teatro como convención se despojará de sus vestiduras y un mundo de fantasías se abrirá ante usted de la manera más vívida y auténtica posible.
El espectador podrá deleitarse con la gran diversidad de sonidos que tan hábilmente preparados se le van presentando: una zambullida en la pileta a través del sonido del agua, la lluvia que golpea en la ventana y un leve rocío que moja el rostro, el descorchar una botella de vino, el ruido de las copas que se chocan en un brindis con amigos, el rugir del papel de un caramelo y un chocolate que son saboreados por los protagonistas y el sabor de ellos en su propia boca (las golosinas se reparten en la mano de los espectadores). Sentirá escalofríos al percibir los duros golpes al protagonista que es atacado por un militar durante el golpe de 1976, la sofocación y la asfixia a causa el método del “submarino”. La música de fondo y los gemidos de placer de un hombre y una mujer que se dedican al acto de amarse. Y al final, para que la huella de lo extraordinario sea imborrable, el olfato es sacudido como un torbellino ante el penetrante olor a limón.
Pero además, la oscuridad trae consigo un dejo de impunidad que se halla en el hecho de saber que no hay ojos en la sala que exhorten al espectador en la recreación de la historia a gusto propio. El placer de no ser juzgado por la mirada inquisisiva de los otros lleva a que cualquier reacción se imponga deliberadamente y sin pedir permiso: emitir un bostezo, una carcajada, un grito de goce o de congoja.
Agrio

En “Caramelo de Limón”, la forma le gana por goleada al contenido. La historia pasa a ser una simple anécdota. Y eso, no siempre es justificable. No por revolucionar la forma necesariamente se debe vaciar de contenido al teatro. La propuesta resulta ser un tanto banal y bastante poco atractiva a nivel de guión, y presenta algunas deficiencias en lo actoral. La voz monocorde y con escasos matices en el tono, de la hija que relata la historia de sus padres se vuelve por momentos, terriblemente aburrida. Otra actitud reprochable es que el personaje de la niña sea encarnado por una mujer adulta. Hace ruido esa voz impostada y pone en riesgo la verosimilitud del personaje.
Es sabido que el actor cuenta con el cuerpo y la voz como elementos expresivos. Prescindiendo del análisis del movimiento del cuerpo en este caso específico dadas las características del espectáculo, los desperfectos en la voz son más evidentes, teniendo que poseer ciertas características imprescindibles como: inteligibilidad, flexibilidad, potencia, adaptabilidad y belleza, las cuales no son fáciles de lograr.
Pese a esto, la propuesta no deja de ser apetitosa como el sabor en la boca de un rico caramelo de limón. Y lo más significativo, es que invita a liberar esos otros cuatro sentidos que inhibidos y olvidados, tropiezan ante la aplastante presencia del sentido de la vista. Cuestiona aquello de que una imagen vale más que mil palabras y que la fuerza de una imagen es siempre incontrastable. En el arte todo es rebatible y “Caramelo de Limón” es la prueba más fehaciente de ello.
Ahora bien, si por casualidad piensa que la puesta es demasiado experimental para usted, le aclaro que extraño no es presenciar un acto de ficción a oscuras. Más bien extraño se siente uno cuando se prende la luz de la sala y puede verse ubicado perfectamente en una fila recta, sentado en una butaca al lado de otra persona de la misma manera que se sentaría en una obra de teatro clásica. Insólito es darse cuenta de que el orden del espacio imaginado poco y nada tiene que ver con el que la realidad da a conocer. Desconcertante es constatar que las voces que habíamos oído, no condicen para nada con los rostros de los personajes a los que le habíamos dado vida unos minutos atrás. Desafiar las leyes de lo establecido, es el reto. Porque, en definitiva, ya lo dijo el célebre principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.( fijate cual de las dos frases queda mejor y saca una) que triste e insignificante la vida sin los ojos de la intuición.
Publicado en http://www.sosperiodista.com/ en junio de 2007

El poder de los muñecos


El teatro negro nació en China y es una escenificación que se lleva a cabo en un espacio totalmente oscuro y en condiciones lumínicas especiales, utilizando la “luz negra”. Esta luz hace que ciertos tejidos, materiales y colores resalten, sumergiendo al negro en la nada.
El contraste de las luces con la oscuridad más absoluta posibilita que las personas u objetos vestidos totalmente de negro se hagan invisibles; de igual forma hace aparecer cualquier material de color fluorescente.
Martín López Romanelli, es oriundo de Canelones, un pueblo pequeño del Uruguay y formo hace quince años la compañía teatral, recolectando compañeros del colegio y del barrio.
En un principio jugaba con un solo muñeco, y le cambiaba las cabezas. Después se dedicó al trabajo con materiales plásticos y fue finalmente en el 2001 cuando se lanzo con su grupo Bosquimanos Koryac, cuyo nombre fue tomado de dos tribus; los bosquimanos, africanos, y los Koryak, tribu de la Siberia rusa
El grupo, le atribuye a la técnica de los muñecos como recurso teatral, un valor enorme, incluso mayor a la del teatro clásico que se sirve de actores de carne y hueso, esto es subrayado por que el director que hace poco dijo en una entrevista: “Hay titiriteros que dicen que en todas las religiones del mundo, los dioses hicieron primero a los muñecos y después, a los hombres”.

El Truco de Olej

El truco de Olej es una selección de varias propuestas juntas que fueron representadas con anterioridad por el grupo y que tenían la particularidad de ser, cada uno de ellos, un numero diferente de circo.
La obra se inicia con la aparición en el fondo del espacio escénico, de un gran cartel blanco: “Bosquimanos Koryac presenta: El truco de Olej”. El escenario se viste ante el espectador. Dos grandes flores se despliegan a los costados del mismo. El público aplaude. La música sacude y los colores fluorescentes de los muñecos deslumbran la mirada del espectador.
Luego, la acción. Olej, un pequeño y querible pajarito azul que barre el piso con su escoba (aparentemente es el encargado de la limpieza del circo). El conflicto se produce cuando Olej quiere realizar un truco de magia con un gran dado amarillo con estrellas en sus caras, pero cada vez que se propone hacerlo, aparece el presentador, un ser despreciable que le grita palabras en italiano y lo echa del escenario.
Olej se enoja, patea el piso, insiste, balbucea sonidos imconprensibles pero graciosos y se va con su dado (bastante más grande que él).
Además entran a escena otros personajes: un muñeco de bombachudos anchos que juega con pelotitas, acomodándolas sobre sus brazos y haciéndolas desplazarse por el aire formando figuras; un personaje cuyo cuerpo está constituido por una círculo, otro cuyo cuerpo es un largo cilindro, un duende que juega con una pelota, etc. Todos los muñecos se desarman y vuelven a armarse, interactuando entre ellos, y como contrapartida, la acción resulta en un original y atractivo uso del espacio visual.
A través de pequeños números desvinculados entre sí, va sucediendo la obra. La musicalización acompaña el movimiento y permite que el espectador deje volar la imaginación invitándolo al disfrute.
El desenlace llega cuando Olej usa la estrategia de un muñeco gigante para asustar al presentador, quien al verlo, huye despavorido y le permite realizar su truco.
Al optar por la selección de una estética y un lenguaje universal, Bosquimanos Koryac crea un espectáculo para todos. Vale aclarar, para todos aquellos que estén en condiciones de dejarse llevar a través de un mundo de fantasía e ilusiones y quizás, lo más importante, para los que mantienen intacta la capacidad de asombro. La obra simplemente desafía las fronteras entre lo que es real y no lo es, y lo hace con una ternura inigualable.
Al final de la puesta, los actores (todos hombres) saludan a su publico y a través de una niña que sube al escenario, develan el misterio. Sí, se trataba de muñecos movidos y dirigidos por ellos. La cara de decepción de la niña al enfrentarse con la cruda realidad, es la de todos. Que lastima, hubiera preferido que Pinocho sea un niño de verdad...
Publicado en www.sosperiodista.com el 12/08/07

Pulmones de metal



Aquella mañana no había sol, nunca hay sol en el Orko Sumaj (Cerro Rico). Y sentí una tremenda impotencia. La cruda realidad de esos hombres se quitó el velo ante mí y me dio a conocer una verdad que duele como un puñal clavado en el estómago. Un frío prepotente resquebrajaba mis huesos y mi olfato estaba asqueado ante los olores repugnantes del estaño y la plata. Los dos metales que 4.500 bolivianos extraen en las minas de Potosí, una ciudad que posee el privilegio y, a la vez, la desgracia de “nadar” en plata. El ‘progreso’ que supone la mina para estos hombres se convierte en una paradoja.
La “civilización” pierde sentido en un contexto en el que la naturaleza recupera toda la grandeza y nos hacer recordar lo pequeños que somos. Empero, Orko Sumaj es la fuente de trabajo por excelencia en Potosí.
Camino al Pueblo Minero, en el transporte, me detuve a observar las pieles curtidas, los dientes debilitados, los cabellos escasos, las caras avejentadas y los cuerpos resignados. Todos parecían de la misma edad.
El trabajo del minero relativiza el valor de la fuerza laboral; no puede compararse con otro empleo. Sencillamente es el peor. Es infrahumano porque, tarde o temprano, mata sin previo aviso. La “vida útil” es de, aproximadamente, 35 años.
Con el overol y el casco, me entregué al desafío de recorrer la mina San Miguel de la Cooperativa 1 de Abril. En medio del trayecto, tuve el temor de caer a los socavones y encontrarme cara a cara con la muerte. El casco portaba una pequeña linterna, alimentada por una mezcla de sulfato de calcio y agua, que a duras penas iluminaba el camino.
Marco, mi guía, fue minero y conoce el Cerro Rico como la palma de la mano. El me indicó durante el trayecto las diferentes tareas de los obreros y los instrumentos de trabajo. Incluso me condujo hacia un museo en la base de la montaña donde se erige uno de los innumerables altares al “dios que habita en las profundidades de la mina”, El Tío, como lo denominan, está encarnado por el diablo. El los protege de los accidentes a cambio de ofrendas tales como alcohol de 90 grados, cigarrillos y hojas de coca, que se consiguen en el mercado del barrio El Calvario, junto con cartuchos de dinamita.
Esa leyenda de la fotografía es, a mi entender, una pequeña reivindicación a los mineros por las agallas y, fundamentalmente, por su dignidad. Cuando mi cámara disparó, me tembló el pulso y sentí una tremenda culpa por lo generosa que la vida ha sido conmigo. Pude agradecer muchas cosas, pero agradecí el sol. ¡Qué pena que no lo tengan!, pensé.

Yo estuve ahí









Viernes 20 de julio de 2006. Ciudad Universitaria. Muchas y diferentes son las sensaciones y una sola la certeza: hoy vamos a estar frente al comandante Fidel Castro.
Córdoba lleva semanas preparándose para la ocasión. El motivo: La XXX Cumbre de los Pueblos del Mercosur. La asistencia del cubano no era necesaria, sin embargo, como es su costumbre, constituyó el centro de atención. Consiguió tenernos a todos expectantes y en suspenso hasta la noche del jueves, cuando fue confirmada su presencia.
Como se sabe, esto tiene su razón de ser en los reiterados atentados que ha sufrido el líder cubano y puesto que siempre se encuentra en peligro, debe contar con la mayor seguridad cada vez que desee moverse de La Habana. Pienso, sin embargo, que sabe el efecto que consigue en la gente, y por supuesto, juega y hasta probablemente se divierta con eso.
Esa tarde no nos importó que el frío inmovilizara nuestras piernas y curtiera nuestras manos, tampoco las largas horas de espera. Habíamos estado esperando ese día tanto tiempo!, todos nuestros años de adolescentes y estudiantes de la ECI se habían impregnado del ideario de los años ‘70, aquel tiempo de ilusión que los mas jóvenes nos quedamos con ganas de vivir, aquellos días en los que todo parecía ser posible y el futuro era promisorio, tantos sueños incumplidos que quedaron como fotos atiborradas en un cajón, llenas de tierra, como postales viejas de un pasado que no vivimos pero que nos dejó un legado por cumplir en las manos. Fidel Castro era (y es) parte de todo ese imaginario.
En él se aunaban muchas de las proclamas que surgieron en la década que quiso revertir el estado de las cosas, que vio en la Revolución Cubana la posibilidad de concretar aquello de lo que tantas veces habíamos escuchado hablar a nuestros padres en la sobremesa. El era (y es) el ícono de la política latinoamericana de los años ‘70, el símbolo de una revolución hecha realidad.
El escenario donde se realizó el evento ese día, había cambiado su paisaje completamente. Ya no solo estaba habitada por jóvenes portando libros bajo el brazo sino que se había poblado de gente de todas las edades y clases sociales, Nadie quiso perderse el discurso de Fidel, porque eso hubiese significado quedarse fuera de la historia. Todos sabíamos que el motivo de tanto alboroto no era la reunión Cumbre del MERCOSUR, sino escuchar lo que el tenía para decirnos.
A muchos de los espectadores podían vérselos portando el mate y los criollitos, anticipando un discurso que se sabía sería largo, y con cámaras de fotos colgando del cuello listas para lograr su mejor disparo. La mayor cantidad de personas estaba constituida por aquellos adultos que de jóvenes habían crecido con la utopía del Che Guevara y la Revolución Cubana. Ah, y por supuesto, periodistas, muchos periodistas.
A lo alto se divisaban enormes banderas rojas y celestes y blancas, con diversas insignias de partidos políticos y centros de estudiantes universitarios. Hasta había un hombre vestido de negro sobre un caballo dorado con ruedas que publicitaba no se qué cosa y no faltaba el puesto de choripanes.
A los extremos se podía visualizar una extensa fila de baños químicos y en el fondo lucía aquel escenario en rojo montado para la ocasión.
La gran cantidad de gente, según se calcula 100 mil personas, hizo que, desde donde me encontraba, pudiera ver poco, bastante menos de lo que hubiera querido. Antes del comienzo de los discursos, los presidentes recibieron la condecoración de “ciudadanos distinguidos” por la Universidad Nacional de Córdoba de manos del rector Jorge González, quien fue abucheado por los presentes. El discurso de Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo, quien fue la encargada de la apertura del acto no fue extenso. Seguidamente, las palabras de Hugo Chávez , presidente de Venezuela, comenzaron de manera interesante. Sus argumentaciones, por cierto muy coherentes, y el tono de voz tan vivaz hicieron que le prestara mi atención por un lapso no mayor a 20 minutos.
Pasado ese tiempo, Fidel parecía hacerse esperar demasiado y mi paciencia, como la de casi todos, cedía ante la ansiedad y comenzaba a dar muestras de agotamiento. Finalmente, se dirigió a todos nosotros con su uniforme verde oliva y habló, por supuesto, también para mí aquella noche. De sus palabras, que fueron muchas, recuerdo aquello que mencionó varias veces acerca de que no podía confiar en nadie por lo cual había traído agua para beber desde Cuba, la misma que tenía en su botellita de plástico. Recuerdo que habló del Che Guevara como quien habla de un hermano, de alguien con quien compartió un puñado de grandes sueños. Recuerdo que mencionó las agresiones sufridas por parte de EE.UU, del bloqueo comercial, de su enemigo íntimo: George W. Bush (“el caballerito del norte”, como lo llamó). También recuerdo haberlo escuchado dedicar extensos minutos a la situación de Cuba, al acorde funcionamiento del sistema de salud y de educación, como también mostrarse convencido de que el MERCOSUR había derrotado al ALCA. Además, alabó nuestra Reforma Universitaria de 1917, habló del Cordobazo, del líder sindical Agustín Tosco y no se privó de amenazar tajantemente al imperialismo condenándolo a su inevitable desaparición. Recuerdo, como uno de los momentos más emocionantes, que se dejó cantar el feliz cumpleaños por anticipado como quien se encuentra rodeado de viejos amigos a los que hace tiempo no frecuenta.
Pero también guardo en la memoria un suceso en particular que me sucedió aquella noche. Hubo un momento en que me dirigí al baño y al salir no pude encontrar a mis compañeras entre el tumulto. Después de algunos minutos tratando de desplazarme con gran dificultad por entre la gente, decidí quedarme en uno de los escasos huequitos vacíos. Fue allí cuando sentí la pesadez de mis piernas y el hambre agujereando un estómago que no conocía de comida desde hacía sucesivas horas. Percibí la flojera de mi cuerpo y la imperiosa necesidad de sentarme en el suelo, aún corriendo el riesgo de ser pisoteada por los pies de todos en medio de la oscuridad. Y tuve mucho frío, y ganas de desertar, pero no dudé. ¿Cómo iba a dudar? Afortunadamente, un muchacho al percibir mi desánimo me convidó un mate caliente y galletitas. Aquel gesto tuvo un enorme significado para mí, no sólo porque recobré el aliento sino porque ahí me percaté de que él y yo estábamos presenciado un hecho histórico y lo sabíamos, y eso nos hermanaba. El y yo teníamos en común, algo más trascendente, algo que no es fácil de encontrar, teníamos aún intacta la capacidad de escuchar. Algo que todos los que nos quedamos esa noche nos permitimos dejar que aflore. Sin tapujos, ni disimulos. Claro que no es difícil dejarse seducir por un interlocutor como Fidel. Acaso sea uno de los pocos líderes políticos, sino el único, de los que aún esperamos algo, a los que aún admiramos y reverenciamos.
Aun así, elegimos resignar la estufita caliente, el café con amigos, el refugio de nuestro hogar a cambio de sus palabras. Elegimos darle el regalo que cualquier político moriría por recibir de su pueblo: nuestro tiempo y nuestro voto de confianza. Y eso no significaba que debíamos estar de acuerdo con su accionar político, sus decisiones, su modo de operar en la política cubana. Oírlo también podía significar disentir. Pero lo más trascendente fue que en esa atenta y prolongada escucha, todos practicamos el respeto por alguien que había cambiado la forma de hacer política en Latinoamérica. Alguien que alguna vez pensó en hacer algo para cambiar la situación de los demás, y lo hizo. Una Revolución.
El comandante habló por varias horas y yo me quedé hasta el final, ya lo dije, irme antes me habría hecho sentir un ser miserable, con esa actitud sólo habría conseguido traicionarme a mi misma. Jamás me hubiera podido perdonar abandonarlo. Quizás por aquello que una vez oí decir que la batalla que se pierde es la que se abandona. Y los sueños nunca se abandonan. ¡Hasta la victoria siempre Comandante!

23/12/07

El gusto es mío

21 hs. Estadio Córdoba. Ya estoy sentada en la platea. La ubicación deja bastante que desear. Intento convencerme a mi misma de que no, pero sí. Está claro que desde aquí tendré que esforzarme para oír la voz socarrona de Sabina y deleitarme con poética de Serrat, ni decir en lo que respecta al sentido de la vista. Alcanzaré a divisar muñequitos en miniatura rodeados por manchas de colores y luces diversas que brillan (llámense celulares, encendedores y cigarrillos prendidos).
Escucho. A mi lado una madre. Adelante, sus dos hijas aniñadas acompañadas por sus novios. Ellos intentan agasajarla y hacerla sentir cómoda. No parece ser el tipo de suegra exigente. Adivino que las chicas son hinchas de Sabina y lógicamente, su madre fana del Nano (terminaré de comprobarlo al escucharla entonar una por una sus canciones, a la perfección y sin olvidarse de una coma). Amplío la mirada. Mujeres, abundan.
La adolescente frente a mí le dice a su madre que la ama, mientras fuma su cigarrillo y abre su celular de ultima generación. Alcanzo a divisar una gran hoja de marihuana en la pantallita. Ya es hora de que empiece, me digo, antes de que empiece a hacer un análisis sociológico, antropológico y por que no psicológico del publico asistente al recital. Baja la iluminación del estadio. El resto ya se dijo. Santo y María Laura en la pantalla gigante anunciando el desconocido paradero de los cantautores, luego la sirena. Y ellos. Dos (que no es igual a uno mas uno, como dice Joaquín). Homenajean al negro Fontanarrosa. Saludan. Deleitan. Los aplaudimos. Practican chistes ocurrentes, los festejamos sin dudar. No hay egos superinflados. A los dos los respetamos, aunque en el fondo sabemos que cada quien tiene su preferido. Cantan los clásicos, se los prestan. Entonan, o hacen lo que pueden, pero qué bien lo hacen. Se mezclan, pero sin confundirse. Ostentan. Hacen gala de eso que significa ser Sabina y Serrat. Pero nadie se animaría a discrepar con ellos. Todo les es aceptado. Hasta el deficiente sonido.
Sabina me clava su primer puñal con “Contigo” y cae aun más bajo con “Y sin embargo te quiero”. Ya me puedo ir, me digo. Pero no. El frío se atreve con el alma y el hambre es hambre de besos. “Este hombre me va a matar”, afirma la madre a mi lado cuando el Nano amenaza con “Esos locos Bajitos”, entonces su hija le toma la mano fuerte. Y yo pienso en la mía. Se destacarán del repertorio: “Aquellas pequeñas cosas”, “Ruido”, “19 días y 500 noches”, “Y nos dieron las diez”, “Tu nombre me sabe a hierba”, “Lucía”, “Pastillas para no soñar”, “Lucia”, “No hago otra cosa que pensar en ti”, y más.
Sobrarán las ocurrentes bromas en las que se meten consigo mismos y con sus vicios. Las festejaremos. Sabina con su audacia, Serrat con su elegancia. Habrá bailes, muchos. Habrá cambios de sombrero y cambios en las letras de las canciones ( la más graciosa será el cambio de "rascarse la cabeza" por "rascarse la bragueta" en “No hago otra cosa que pensar en ti”). Más canciones y más emociones. Me despellejaré las manos y les gritaré. Todos lo haremos, para que regresen una y otra vez, y ellos condescendientes y felices, lo harán. Los veré irse. Las luces del estadio volverán a encenderse, y me diré a mi misma que es un privilegio haber estado aquí. El gusto es mío.



Publicado en http://www.sosperiodista.com/ el 19/12/07