De pronto llegó el invierno y con él, las ropas de abrigo poblaron las vidrieras de la ciudad. Él la veía a la distancia, a través del vidrio, imaginando cómo sería caminar juntos, rozar su textura, acariciar su perfume. Ella disimulaba su interés, pero sentía que la vida le sonreía cada vez que la persiana de metal ascendía regalándole la imagen de su amado. Comprendían que el mundo era de ellos desde que el azar los había instalado frente a frente.
Él, pullover negro de cuello alto, muy abrigado. Ella, campera de Jean, botones dorados y cuello blanco. Hacía días que cruzaban miradas sin decir palabra. El destino quiso que a él se lo llevaran primero, en una espantosa bolsa de cartón. Ella vió como su mundo se derrumbaba. Sus sueños de compañía y de abrazos de lana se rompían en mil pedazos ante la vista de aquel maniquí desnudo, sin ropas. Pasaron los días y a ella también le tocó partir. Pero se la llevaron puesta sin oír su llanto.
En un café el destino los volvió a reunir. Ella, espléndida, como nueva, sobre el respaldo de un asiento. Él, lleno de energía, movedizo, inquieto, sobre el cuerpo de un extraño. Él se acercó y le invitó un trago. Ella no supo decir que no. y charlaron horas recordando viejos tiempos. Él pagó la cuenta y caminaron juntos hasta su casa. En un impulso desbocado compartieron la noche desparramados sobre la alfombra. Él la abrazó hasta el amanecer y ella se desmayó de amor sobre sus brazos de lana.
Dos meses más tarde ya compartían ropero. Él encontraba la forma de colarse en una percha, hasta llegar a su lado y rozar su frescura.
Fueron juntos a innumerables fiestas y paseos. Incluso un día nadaron juntos en la rueda de diversiones llena de espuma.
A los cinco meses llegó el verano y ellos ya no salían tanto. Ahora duermen juntos en una antigüa caja de cartón. Uno plegado sobre el otro, en un abrazo cálido y oscuro. Y sueñan juntos que salen de paseo por el parque, cuando vuelva a despertarlos el próximo invierno.
Él, pullover negro de cuello alto, muy abrigado. Ella, campera de Jean, botones dorados y cuello blanco. Hacía días que cruzaban miradas sin decir palabra. El destino quiso que a él se lo llevaran primero, en una espantosa bolsa de cartón. Ella vió como su mundo se derrumbaba. Sus sueños de compañía y de abrazos de lana se rompían en mil pedazos ante la vista de aquel maniquí desnudo, sin ropas. Pasaron los días y a ella también le tocó partir. Pero se la llevaron puesta sin oír su llanto.
En un café el destino los volvió a reunir. Ella, espléndida, como nueva, sobre el respaldo de un asiento. Él, lleno de energía, movedizo, inquieto, sobre el cuerpo de un extraño. Él se acercó y le invitó un trago. Ella no supo decir que no. y charlaron horas recordando viejos tiempos. Él pagó la cuenta y caminaron juntos hasta su casa. En un impulso desbocado compartieron la noche desparramados sobre la alfombra. Él la abrazó hasta el amanecer y ella se desmayó de amor sobre sus brazos de lana.
Dos meses más tarde ya compartían ropero. Él encontraba la forma de colarse en una percha, hasta llegar a su lado y rozar su frescura.
Fueron juntos a innumerables fiestas y paseos. Incluso un día nadaron juntos en la rueda de diversiones llena de espuma.
A los cinco meses llegó el verano y ellos ya no salían tanto. Ahora duermen juntos en una antigüa caja de cartón. Uno plegado sobre el otro, en un abrazo cálido y oscuro. Y sueñan juntos que salen de paseo por el parque, cuando vuelva a despertarlos el próximo invierno.
N de la R: Este cuentito es un regalito para el día del niño, de Juan Sasiaín.
1 comentario:
UNA DULZURA DE CUENTO!
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