Lo cierto es que ese jueves ella se despertó y vió a través de la ventana que Buenos Aires no era la Buenos Aires de siempre. Más bien Venecia. Todos los edificios delimitaban la superficie del agua. El cielo era una cosa palpable, asfixiante de color gris oscuro y rayado como una cebra que seguía estando arriba, sin embargo, la tierra brillaba por su ausencia. Pero ¿y cómo hacen los autos y los peatones para andar por el cielo?, ¿es que al final la vida era mejor allá arriba? se preguntó. Se refregó los ojos una y otra vez. Y volvió a mirar. Y nunca pudo ver a su ciudad tal como había sido.
fotito: María Paula Schlosser
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