7/5/08

La memoria de una noche

Suele suceder en las fiestas de gente con onda que uno se aleja unos centímetros de su propia vida y se permite interceptar pequeños rasgos de los otros que les resultan interesantes hasta para incluso, adaptarlos a su propio estilo. Quizás sea esta una actitud propiamente femenina. Por ejemplo, algún raro peinado nuevo, una forma de vestirse, un pasito de baile que no se nos hubiera ocurrido, una específica pose de las manos al tomar el cigarrillo o el vaso de vino. Está claro que Buenos Aires es una ciudad de constantes poses.
Una casa antigua, sobre el piso de pinotea un velador pintoresco. Una escalera extremadamente angosta la cual puede atravesarse solo de costado conduce a una terraza acogedora. El dueño de casa es músico. Toca el contrabajo. Entre las personas que pronto a lo mejor serán mi amigas, hay un hombre que es lindo. Esto no deja de sorprenderme, los hombres lindos en Buenos Aires pululan. Alguien me dijo que el encanto perdura el tiempo que se toman para decir una palabra. El sujeto en cuestión tiene el pelo revuelto como una ensalada griega, un sweater rojo que le obsequió alguien que reside en el Primer Mundo y un modo de moverse histriónico pero ajustado. Debí haberlo supuesto, es clown.
La gente quiere saber a que vine a Buenos Aires. Yo a veces me tomo la licencia de no preguntármelo. Solo tengo la certeza de que vivir en esta jungla, aunque más no sea por un breve periodo de tiempo debería ser una ley. Bailamos Brazilian Octopus. A la altura de la fiesta en que la noche empieza a distenderse, emprendemos una retirada silenciosa.
La casa de la segunda fiesta es inmensa y atractiva en todos sus recovecos. El patio está cubierto por enredaderas. En el living hay sillones y restos de comida sobre una mesa ratona. Sobre el techo cuelga un trapecio. Abundan cineastas que aman filmar películas. No dejan de repetirlo. En las conversaciones se destacan términos como: cortos, extras, rodajes, poco presupuesto. “Filmar en este país quebrado, es un lujo…”, “estamos cagados de hambre, pero somos felices…”, aclara uno de ellos.
Hay un gatito negro durmiendo en el sillón, un vestuarista de una película famosa que tiene el pelo largo, canas y más de cincuenta años. Mucho alcohol y marihuana, sin embargo los excesos no terminan de encontrar sitio. En medio de todo este despliegue yo soy sólo un punto. Nadie me conocerá mañana. Nadie sabrá que fui yo la que bailaba sobre el contorno de tu sombra.

4 comentarios:

Sincera dijo...

Yo quiero ir a una de esas fiestas..

Y de paso agregar, "a mi me duele el orto pero me siento derecha".. como alguna metafora profunda, que en realidad es la verdad camufladita para estar a la altura.

Lindo blog, me gusto mucho asi que pienso pasar seguidito, besos!

Mujer Pero Sincera

Anónimo dijo...

Abajo las poses y los que se hacen los raros.

Patricio Ortega dijo...

La ausencia es una característica de ciudades tan grandes. Por ahí está bueno, pero por ahí ahoga.
De vez en cuando, está bueno jugar a imaginarse qué esconde cada persona detrás de una pose.

Anónimo dijo...

Mujer pero sincera: me gusta esa idea de desequilibrar jaja. Se agradece su paseo!

Abajo las poses, los que se hacen los raros y los que firman como anónimos...

Colo: si claro, la pose no deja de ser un mecanismo de defensa, y creeme que en esta ciudad hay que estar bien protegido...