22/2/09

El loco Marraso


Esto que voy a contar es el relato de lo que le sucedió a Fresia la anteúltima noche del año en un pueblito de la provincia de Buenos Aires donde el amanecer y el atardecer son nada más que un sol bien redondo que hace piruetas sobre el agua plateada del mar.

Era una noche perfecta. Solo un dejo de brisa pero ni un atisbo del frío. Un hallazgo si consideraba que los cuatro días anteriores había tenido que luchar con toda la fuerza de sus pies para no volarse con el viento.

Ella huía de los que querían amaniatarle su libertad, huía de su incapacidad latente de marcar los límites de su espacio interior. Y pensaba en ello al tiempo que caminaba por la orilla, con la espuma a la altura de sus tobillos, respirándose a sí misma. El mar se le metía por los oídos, imponente, soberbio. Las olas se desarmaban sin la nostalgia de lo que habían sido. De pronto oyó murmullos. Le pareció extraño darse cuenta que se trataba de dos hombres jóvenes. Casi nadie interesante frecuentaba el mar a esa hora, y casi había llegado a la conclusión de casi nadie interesante frecuentaba ese pueblo.

Pudo sentir el aroma del canabis y eso fue suficiente para que se detuviera a conversar con ellos. Sólo los que fuman esa planta prohibida conocen que en ese acto tiene una gran implicancia la acción de compartir, así sea con un extraño, generándose un ritual de hermandad. La conversación sucedió, como era de esperar, con el correr de los minutos más fluida y descontracturada. De pronto, G, M eran tres conocidos riéndose de las bromas más ridículas y obvias. Apenas la luna dejaba ver una grieta de luz por donde podían descubrirse los límites de sus rostros. Todos los movimientos del cuerpo anticipaban una carcajada violenta en Fresia. Ellos adivinaron lo que ella pretendía acallando a cada momento los ruidos incordiosos de su celular, la dejaban en evidencia sin acudir a la piedad pero sin herirla, como si se conocieran desde siempre, y ella reía. Ante el descubierto no podía más que responder de esa manera. Sentía que le habían allanado el camino. Si había algo que le costaba un trabajo detestable era fingir.

Los minutos se comieron todas las huellas que dejaron en la arena. El mar estaba sin estar. Fresia pensó mil veces más que era una suerte haberse salido de un plan que no la motivaba. Era la vida que estaba sucediendo, imprevista y preciosa, que se le estaba regalando.

“Piensa estrategias” le proponía su Yo más voluntarioso. Rápido, ahora, tienes que pensar. No puedes dejar todo así como así sin dar explicaciones.

Caminaron un largo rato. Un pedazo de noche entró por los costados del horizonte y se robó todos los colores.

Después de un rato empezaron las preguntas que arremetían contra el anonimato. Fresia jugó su juego más divertido y fue todas las opciones de sí misma que siempre había imaginado ser. Y al final cuando ya la verdad empezaba a asomarse, uno de ellos propuso ir a cenar. S dijo:

- A unos metros de acá hay un lugar para comer. Una cabaña donde un chabón cocina para unos pocos. Es un amateur…está fuera de la legalidad. Yo solía ir con unos amigos todos los veranos. El loco Marraso, qué personaje…

El misterio siempre había sido uno de los aderezos favoritos de Fresia y el efecto de la marihuana no hacía más que acentuar la adrenalina que corría por cada uno de los pliegues de su cuerpo. N no se negó.

En el trayecto S dudaba de reconocer el frente de la construcción. Se trataba de una cabaña más entre muchas similares que daban al mar.

Finalmente la encontró.

- Es esta. Dijo. Síganme…

Subieron una escalera. S actuaba con la seguridad de quien atraviesa el pasillo que lo conduce a su propia casa. N iba por detrás de Fresia y se mostraba confiado a los pasos de su amigo. Por un momento ella pensó que se trataba de una trampa. Una sensación de paranoia que luego sería objeto de cargadas por parte de los otros, la perturbó sin violencia. Pero ya era tarde para retroceder. S torció el picaporte de la ancha puerta de madera que estaba sin llave y les hizo paso para que ingresaran acomodándose él por detrás.

Según lo que Fresia me contó y haciendo un esfuerzo grandilocuente por expresar las inhóspitas muecas de su rostro, la imagen con la que se topó apenas unos segundos después tenía nada que envidiarle a la toma de una película francesa. Un flash que arremete contra los sentidos de tal forma que es imposible de trasladar al lenguaje de las palabras. Hechos sin correspondencia alguna con la realidad cotidiana de los mortales, percepciones puras que rebotan en uno descolocándolo. Fragmentos de tiempo que serán perpetuados en la mente por siglos y siglos, diapositivas dispuestas a no borrarse en el disco rígido que conforma la memoria humana.

Una mujer estaba sentada a la cabecera de una mesa de madera, usaba lentes de aumento que descansaban sobre la mitad del ángulo recto de su nariz, sobre la mano tenía una de las muchas cartas que habitaban sobre la mesa.

S le preguntó por el Loco Marraso y ella explicó con una serena parsimonia que él ya no vivía más allí, que trabajaba en el puerto. Dijo más pero Fresia no pudo contarme puesto que no recordaba las palabras con precisión. En el otro extremo de la sala, hizo su aparición un hombre que parecía ser su esposo. Hizo algunos comentarios sin moverse del lugar, mirando a los tres que seguían anclados en el centro de la habitación.

Fresia dirigía el foco de su mirada a través de un travelling que empezaba en la mujer sentada y terminaba en el hombre detrás de la columna, pasando por todos los objetos de la casa. Todo lo que veía apenas le cabía en los ojos. Quizás hubiera precisado ayuda para mirar. Frascos de dulce en hilera descansaban sobre una barra a su derecha, elementos que no alcanzaba a distinguir de diversos metales adornaban un ambiente en el que la luz se antojaba tímida a rabiar.

La falta de sorpresa quizás, la actitud compasiva del matrimonio, la brisa que no pasaba desapercibida colándose a través de los hilos de la cortina rústica de la ventana, el efecto de la marihuana o tal vez todos esos elementos juntos motivaron la pregunta de Fresia:
-¿Podría pasar a ver la vista desde el balcón?, debe ser muy bonita…

En la misma postura, la mujer no mostró resistencia a su pedido. Entonces fue que atravesó la sala y se detuvo unos minutos en el balcón para oler el aroma del mar. N se unió a ella.

Fue S quien desde el comedor tomó la determinación de dar por acabada la intromisión a un sitio tan ajeno como formidable y emprendió la retirada. Los otros dos lo siguieron.

Mientras bajaban la escalera, Fresia confesó que por un momento pensó en proponerle a la pareja que los invitaran a comer de todas maneras, tal vez a cambio de dinero. Había percibido en el aire, esa cosa extraña que se palpa con la intuición, una buena vibra, una energía poderosa e invisible que fluía como sangre en las arterias.

Los dos muchachos no se lo tomaron en broma, pero más realistas y precavidos, argumentaron que hubiese sido inapropiado. Fresia se excusó:

-Es la influencia incipiente de las novelas de Paul Auster y todos rieron al unísono.

S, interrumpió abruptamente la risa y dijo:

-Chicos, acabamos de entrar a la casa de un desconocido. Esto es algo que siempre quise hacer…

Y así, sin más y sin menos que lo vivido, S descalzo y con sombrero, N con ojotas y Fresia con el mp3 detenido y tres billetes de cinco pesos aguardando en su riñonera de colores, se dirigieron al parador más cercano a tomar una cerveza.



17/2/09

Ataque a la ideología




Y mientras volcaba sobre la pileta de la cocina el contenido restante de vino picado de la botella, una ráfaga de pensamiento se me vino a la cabeza, un loco recuerdo que andá a saber adonde lo tenía guardado. Hasta hace unos pocos años, mi padre venía a saludarme después de beber vino y yo no aguantaba su aliento, se me antojaba una sensación asquerosa y repugnante. ¡Qué asco!, le decía. Aún recuerdo los manteles con manchas violáceas y mi olfato descontento.
Ahora a los veintiocho, no puedo concebir un asado dominguero sino va de la mano de un tinto. Me interesa saber de cepas, investigo el estacionamiento de la uva e incursiono a través de bodegas.
Esto se repitió con la manteca, con la leche y con el arroz.

¿Por qué la idea antes que la experiencia?

Ideas previas. Ideas malditas que me pesan como la carga de un camello. Ideas que me condicionan, me atan, me angustian, me oprimen, me sofocan. No las quiero. Me las quito como la ropa para dejar que el aire me acaricie la piel. No tengo miedo de sentir. No tengo miedo ni pudor. Mi cuerpo es un volcán. El cuerpo es más sabio que la mente. Todo lo que en él toma cauce, me nutre desde los pies como la savia. Todo aquello que lo atraviesa lo aprehenderé. Mis ideas no me sirven más que para tapar. Soy un carozo oculto detrás de numerosas y espesas capas de razones equivocadas. Ansío despojarme de todo. Así me conduciré a la libertad. La libertad no son las ideas. Libre es mi ello librándose de una mordaza que aplasta. Si la forma de ser humano es ser un concepto entonces me inventaré otra forma de ser. Me estoy perdiendo de algo más trascendente. La experiencia de experimentar me urge. Me incomoda ser un rayo que fluctúa y se tambalea entre la percepción y la conciencia. Pues si esa es mi naturaleza, exijo volver a nacer.



11/2/09

¿Qué queres ser cuando seas grande?





Yo que te quiero contar todo lo que tengo acá adentro, apretujado en el corazón, te cuento un cuento y dice así…


Azul era una muchacha rubia de ojos pequeños y celestes que había llegado a ser grande y todavía no sabía bien que quería ser, y eso la preocupaba tanto que no la dejaba dormir por las noches. Estaba segura de que no quería ser enfermera, ni abogada, ni arquitecta, sí sabía una cosa: le simpatizaban mucho los niños. Deseaba, con todas sus fuerzas, hacer los más felicies. Pensando, buscando y experimentando descubrió que una buena forma de estar cerca de ellos era contándoles historias. El problema era que a Azul no se le ocurría como hacerlo. Había visto a otros contar, acaparando toda la atención de los más pequeños dejándolos congelados y con las bocotas abiertas pero ella misma hurgaba y hurgaba y no encontraba adentro de sí historias interesantes, hasta llegó a pensar que las palabras habían armado un complot en su contra y se lo hacían a propósito, se le inmiscuían a través de los huecos y hasta parecía que tenían alas para volar y por eso le era difícil atraparlas…

Fue un día, entonces, que se levantó con ganas de jugar con un niño que miró hacia bien arriba le preguntó al cielo:

-Cielo, cielito, tu que eres inabarcable, tan claro como enigmático, ¿Me puedes contar alguna historia para que yo le cuente a los niños?. Cuéntame cómo las nubes se disponen entre sí formando dibujos que adornan tus paredes, cómo cuando el sol se pone a charlar con la luna te cambias el traje para ponerte ese vestido tan bonito!, cómo cuando se produce un choque de nubes te pones tan triste que le mojas a los hombres todos los sombreros, de los colores que visten tus cabellos después de la lluvia, de tus negruras, de tus lamentos…

Pero el cielo estaba tan ocupado en una reunión con la luna y las estrellas decidiendo quien iba a jugar con él esa noche que nisiquiera escuchó a Azul…

Entonces Azul siguió su trotecito por el bosque cuando se topó con un paraíso de eucaliptos. Se acercó y le preguntó a los árboles:

-Arbolitos míos, frondosos y sabios, cuéntenme como es vivir amarrado a la tierra, sin poder moverse de un lugar a otro, cómo es cobijar a tantos pajaritos en sus brazos, brotarse de ramas en otoño, poblarse de flores en primavera, cómo es ser árbol…

Pero los árboles estaban ocupados conversando con las palomas y ayudando a sostener sus nidos que le contestaron:

-No podemos ahora, tenemos asuntos más importantes que resolver que tus historias.

Azul puso cara de decepción y siguió caminando, cada vez más desanimada, con la cabeza gacha hasta que se topó con un arroyito de agua fresca. Se detuvo a refrescarse las mejillas con agua y entonces al ver reflejada su cara en un espejo dijo:
-Arroyito, tú que vas y vienes incansablemente y dejas jugar a los niños con tus vaivenes y guardas peces de los más bonitos colores en las profundidades y dejas que las algas y juncos se enrosquen en tu superficie, cuéntame como es tu vida, ¡necesito conocer tus historias!.

Pero el arroyo estaba tan entretenido transportando una canoa con hombres que no dejaban de remar haciéndoles cosquillas en la panza que casi no oyó a Azul.

Ya era de noche cuando Azul cansada y triste regresó a su casa sin ninguna historia para contar, se sentó en el sofá al lado de Felipe, su gato montañés y se puso a darle vueltas a su cabeza calesita...

No era que ella no había vivido cosas, ¡vaya si las había vivido! ¡De todos los colores y todas las intensidades!, había vivido en muchos lugares distintos, había andado en barco, avión, colectivo y bicicleta por mares y montañas, tenía amigos de todas las edades, bajitos y altos, gorditos y flacos, que habían nacido en países distintos, se había enamorado un montón de veces, habían tomado de la mano y la habían besado de doscientas distintas formas, había llorado hasta llenar bañaderas de agua y se había reído tanto que le habían dado terribles dolores de carretilla y de panza. Entonces fue ahí cuando se dioócuenta que tal vez era posible convertir todo eso en un cuento divertido o emocionante para un niño. Solo tenía que ponerse a trabajar. Y así fue como lo hizo. Tomó lápiz y papel y escribió tanto que casi completa un libro en una mañana. Y cuando lo hubo terminado salió en busca de los niños.

Contando sus propias sensaciones, sus sueños, sus vivencias fue que Azul llevó a los más pequeños a vivir en mundos mágicos y nuevos, llenos de emociones, ilusiones y deseos. Estuvo tan pero tan cerca de ellos y fue tan pero tan feliz que ya nunca pudo dejar de contar cuentos.


Y colorín colorado, este cuento se ha terminado…

TWENTY NINE THINGS


Continuando con la tradición...
http://elmundodesdeeltermo.blogspot.com/2008/02/twenty-eight-things.html


Veintinueve cosas que me gustaría que me pasen ahora que tengo veintinueve:


1. Escribir mejor
2. Tener un perro, aunque debería empezar por el patio...
3. Poder seguir transmitiendo cosas creativas
4. Que él se enamore de mi
5. Ampliar mi espectro musical
6. Conectarme más con los cuatro elementos de la naturaleza
7. Aprender a bailar tango
8. Dejar de fumar
9. Aprender a hacer malabares con pelotitas de tenis
10. Aprender a cantar
11. Tocarle la puerta de la casa a Eduardo Galeano
12. Leer a John Steinbeck
13. Viajar más y más
14. Aprender de una vez a tocar la armónica
15. Mejorar mi sentido de la orientación (lo veo poco probable)
16. Ganarme una bici en un sorteo
17. Cocinar más y mejor
18. Que los duelos dejen de dolerme
19. Mojarme mucho debajo de la lluvia
20. Jugar más y pensar menos
21. Que mi vecina ocupa deje de violentar a sus hijos
22. Hacer algún deporte de los extremos
23. Ser menos consciente de mis limitaciones
24. Aprender a sacar buenas fotos
25. Conocer más gente
26. Escribir una obra de teatro y ponerla en escena
27. Añorar menos el pasado
28. No dejar que esta ciudad se meta con mi esencia
29. Ser testigo de muchos más atardeceres y amaneceres