24/5/09

Simulacro




No hicieron concesiones ante los recuerdos
Sentaron las bases de un contrato desastroso
Contaron cinco paisajes desolados con los dedos
Se alborotaron de golpe las pieles
Se quedaron mudos de perspectivas
Le dedicaron la vista gorda al futuro próximo
Se jactaron a duras penas de la felicidad de ule
Mantuvieron intactas las pretensiones de ser
Desoyeron los bullicios de una ciudad que no estaba muerta
Se rasgaron las vestiduras frente a sus superfluas ideas
No se detuvieron más que ante dos escaparates
Simularon creerse los cumplidos atándose a la cama
Se resfriaron con las medias puestas
Se besaron sin confesarse las bocas
Ignoraron la distancia de sus almas con los puños cerrados
Sortearon los imprevistos con la presición de dos expertos matemáticos
Hicieron malabares con el asombro adentro del ascensor
Desparramaron sus entrañas por todo el lavabo
Se arrinconaron contra el borde de la angustia
Le hicieron un piquete a los sueños
Se pusieron de puntillas frente a los excesos
Fingieron que se amaban sin sutilezas
Modelaron los elixires del deseo a sus antojos
Y durmieron sobre sus penas durante el insomnio entero sin tocarse.








22/5/09

Mamuschka



Ella contiene en sus enormes ojos todos los sentimientos del mundo. Es una mujer portátil de ojos verdes aceituna. Cuando me mira con ellos siento como si me regalara un pedazo de cielo, como si a través de su parpadeo, me tendiera en forma de alfombra una porción de atmósfera lluviosa celeste y húmeda. Un domingo me llamó por teléfono para contarme que estaba teniendo días de mucha actividad y que no estaba acostumbrada a vivir así, tan de prisa. Entonces, en sus sueños daba solución a problemas que durante la vigilia no tenía tiempo de resolver. Ella es una mujer con sombrero, con todas las implicancias que tiene ser una mujer con sombrero mas se empecina como una niña de trenzas. Hace berrinches, cuestiona y reclama como si no hubieran pasado los soles sobre sus hombros. El día que la conocí no adiviné que podíamos a llegar a ser compañeras de ruta. Pero quince días durmiendo en su mismo habitáculo me ligaron a ella como un imán a la heladera. Entre sus dudas y las mías enebramos enormes redes de donde penden prendedores de tela y canciones. Ella tiene la manía de hacer un extraño uso de las cosas materiales. Decora mapas con los sachets de leche, confecciona agendas de colores con cartones, prepara salsas exquisitas con mínimos ingredientes, cuelga recuerdos de las cortinas del baño. Ella tiene el porte de una dama antigua. Su cuerpo se vislumbra como un mandala cuando la pintan, como si se estuviera alzando sigilosamente de las profundidades de un océano. Cuando le dedican un piropo se sonroja desde los tobillos hasta los lóbulos de las orejas. Cada vez que voy a su casa, comemos berenjenas y pan casero y tengo que salir escapada porque temo no irme jamás de sus abrazos. No conozco abrazos tan hermosos como los de ella. Ella tiene el don de curar con besos y tés. Juntas, somos las mujeres sensibles del barrio de Flores. Un tango puede herirnos y deleitarnos tanto como un hombre, un niño, desplumarnos enteros los corazones y alumbrarnos de amarillo las ansias.



20/5/09

(sic)




Soy un texto caminante. Un texto que avanza con la velocidad de un rayo. No se detiene en los escaparates, no se detiene a escapar porque un texto es un escape en movimiento. En sí misma yo ya soy un texto. Tengo la contextura de un texto. Soy un texto descompuesto. Soy un texto urgente. Imprudente. Desprejuiciado. Un texto tremendamente enjuiciado. Un texto que rueda como un cardo ruso por las aceras. Un texto sin cera. Un texto al descubierto. Un texto que se descubre a sí mismo. Despojado. Desprovisto. Un texto que se somete a las imágenes y toma sus definiciones. Influenciado por lo que sucede. Se alimenta de lo que ve sin resignificarlo. Un texto que lleva en sí todo el significado. Ve basura y se transforma en basura. Cruza hombres que llevan cajas y se vuelve de cartón corrugado. Un texto que escucha a hombres dialogar con sus mujeres antes de ser un diálogo. Un texto que ve hombres que se hacen señas con los dedos antes de ser una señal. Soy un texto constante. Soy un texto abierto de par en par. En carne viva. Apto para. Soy un texto que se nutre de los olores. Soy un texto oloriento. Soy un texto cargado que pesa lo mismo que un elefante. Soy un texto animal. Soy un texto espasmo. Soy un texto obeso. Soy un texto como un orgasmo. Soy un texto en plena ebullición. La calle me convierte en un texto sin estructura ni sintaxis. Soy un texto que se reacomoda, se desarma a cada paso que emprende. Soy un texto porque llevo ojos por todos los lados. Soy un texto contenido. Soy un texto con ojeras pero sin anteojeras. Soy un texto incendiado. Soy un texto a punto de desangrarse. Soy un texto abominable. Soy un texto que se atraviesa a sí mismo a medida que nace. Soy un texto y punto. Soy un texto porque se me antoja ser un texto, nada más que eso. No podría naturalmente ser otra cosa. Si un texto fuera algo que cobrara existencia. Soy un texto fugaz que se fuga. Soy un texto impensado. Jamás podría pensar en ser un texto. La calle no permite pensar sino absorber. Absorto un texto que absorbe. Si me tocas, te corto. Si me hablas, te grito. Un texto que es un discurso. Un texto sin curso. Si fuera plausible de ser traducido, entonces no tendría que ser descripto como un texto. Porque un texto es intraducible. Un texto aguarda la simpleza de un texto. Puesto que ser un texto exige ser nombrado un texto y nada se le puede más exigir. Soy un texto encerrado en el reto de vestirme de texto.


15/5/09

Con carácter de urgencia




Me urge quitarme de encima este sentimiento semiamargo que me sitúa como un acusado frente al estrado de la más impoluta reputación. Despegarme como una calcomanía y desde el instante puntual en que rozo la intemperie ignorar toda materia, todo vestigio de pelusa. Visualizar desde la otra esquina mi vida como si se tratara de una viñeta dentro de gran historieta. Tal como se apoya el ojo a través de una cámara de fotos y ver cómo son mis rodillas las que te golpean la sien desoyendo tus lamentos y tus vagas justificaciones, carentes de peso. Esto no es poesía. Esto no es precisamente un manifiesto a favor de los goces del alma. Esto no es arte. Esto es una urgencia. Y bajo el yugo de la decepción no se admite soportar juicios de valor ni críticas. Me urge el deseo de expulsar sobre tu cuerpo este paquete de tres kilos de cemento para que no me endurezca el epitelio del miocardio. Desparramártelo todo y ya. Me urge que un hombre sea por el resto de los calendarios, hombre. Me urge que le restes al egoísmo. Y no tener que pedírtelo. Una bocanada de seriedad. Decir esto es definitivo. Y que lo sea. Decir y que lo sea. Que no sucumbas a la tentación de modelarme cual pelotita de masilla. Que lo que digo se quede quieto por cinco días. Pero no por un efecto de la naturaleza ni por una acción de la casualidad. Necesito que medie el raciocinio. Que exista reflexión. No comulgar con la pared de chapadur. Me urge que las disculpas se asemejen a las disculpas. Que los errores sean evidenciados en la columna del debe. Y sobre todo que consten sobre el renglón del pequeño ático de mi memoria. Me urge registrarlo. Por eso lo registro. Lo leo y lo vuelvo a leer. Que un hombre sea por el resto de los calendarios, hombre. Que no valga la pena la cobardía. Que vuelva a existir la vergüenza. Me urge que la desilusión sirva a mis fines. No ser un terreno a explorar. Ni un examen a aprobar. Que la generosidad sea aprovechada para amortiguar por dentro y no para subsanar por fuera. Me urge que le restes al egoísmo. Una bocanada de seriedad. Decir esto es definitivo. Y que lo sea. Decir y que lo sea. Que no sucumbas a la tentación de modelarme cual pelotita de masilla. Que lo que digo se quede quieto por cinco días. Pero no por un efecto de la naturaleza ni por una acción de la casualidad. Necesito que medie el raciocinio. Que exista reflexión. No comulgar con la pared de chapadur. Me urge que las disculpas se asemejen a las disculpas. Que los errores sean evidenciados en la columna del debe. Que consten sobre el renglón del pequeño ático de mi memoria. Me urge registrarlo. Por eso lo registro. Lo leo y lo vuelvo a leer. Y no tener que pedírtelo. Una bocanada de seriedad. Decir esto es definitivo. Y que lo sea. Decir y que lo sea. Que lo que digo se quede quieto por dos días. Pero no por un efecto de la naturaleza no por la existencia de la casualidad. Necesito que medie el raciocinio. Que exista reflexión. No comulgar con la pared de chapadur. Me urge que las disculpas se asemejen a las disculpas. Que los errores sean evidenciados en la columna del debe. Y sobre todo que consten en el renglón del pequeño ático de mi memoria. Me urge el deseo de expulsar sobre tu cuerpo este paquete de tres kilos de cemento para que no me endurezca el epitelio del miocardio. Desparramártelo todo y ya. Me urge que un hombre sea por el resto de los calendarios, hombre. Que no valga la pena la cobardía. Que vuelva a existir la vergüenza. Me urge que la desilusión sirva a mis fines. Decir esto es definitivo. Y que lo sea. Me urge registrarlo. Por eso lo registro. Lo leo y lo vuelvo a leer. Y no tener que pedírtelo.






14/5/09

Palabras mayores

- ¿Te digo una cosa Urge? cuando sea grande, voy a tener una espada Chinchum y una lanza pedo no de madeda, entonces voy a poder atacar más fuedte a todos los que se pongan enfrente...
- ¿Ah si? y si Franco es el que se pone enfrente, ¿le vas a clavar la espada igual?
-Si, porque ahora que ya sé Tae Kwondo, soy más fuerte que todos... y además cuando sea grande voy a tener cinturón negdo.
-¿Y ahora de qué color es tu cinturón Ra?
- Blanco, el de Franco también es blanco, pero cuando seamos grandes vamos a poded usad "dan"...
- Mirá Ramiro, acordate de esto que te voy a decir: cuando vos seas grande vas a querer ser chico...
-¿Dale que cantamos la canción de pinocho y despúes armamos el castillo con mis ladillitos?




10/5/09

De otro




- Tengo miedo, dijo. Ultimamente, no sé por qué, me siento a veces como un caracol sin caparazón.


- Yo también tengo miedo. No sé por qué, pero a veces me siento como una rana sin membranas entre los dedos.


Alzó la vista y me miró. Esbozó una pequeña sonrisa. Luego, sin mediar palabra, nos dirigimos a la parte umbría del edificio, nos abrazamos y nos besamos. Eramos un caracol que había perdido el caparazón y una rana que había perdido las membranas.



Haruki Murakami


Al sur de la frontera, al oeste del sol.



6/5/09

Dos días en la vida



Se frotó el mentón con los dedos índices. Levantó el cuello hacia arriba hasta quedar 45 grados su verruga de su pera. Estiró sus hombros enderezando su columna vertebral. Sus ojos quedaron fijos mirando a la pared de su cocina, precisamente en las agujas del reloj de pared estancado hacía meses en las ocho y cuarto. Abrió la boca y permitió entrar una bocanada de aire. El diafragma se le hinchó como un globo al tiempo que el pecho se le endureció. Desvió sus pupilas hacia abajo. Palpó su lunar y luego su tatuaje en tinta azul. Una apenas perceptible y sutil risa brotó por el vértice de su mejilla izquierda. Las propiedades de la saliva, pensó. Su cabeza dio una vuelta ovalada a través de las diapositivas que conformaban su pasado mediato. Dos días en la vida nunca vienen nada mal.
Una palabra puede ser muchas cosas. Le gustaba albóndiga. Pero se le ocurrió intenso. Un abrazo como una calesita girando sobre su eje. Fueron no más de sesenta segundos entre el pasto verde y su pecho. Pero tiempo suficiente para un registro al que pudiera echar mano cada vez que anduviera huérfana de abrazos. Un beso como una infusión de una sopa de estrellas. Habrán sido veinte, como mucho, las veces en las que se bebieron. Pero todavía le quedaba en los pliegues de los labios la sensación del incendio. Un gesto puede decir nada. Pero los suyos, medidos como vagos, desfondaron el hondo itinerario de modos posibles que ella había observado en otros. Se había propuesto enumerarlos en un área preciada de su memoria emotiva para evocarlos cuando le viniera en ganas. Su preferido, el continuo movimiento de sus dedos encima de su cuero cabelludo.
¿Qué lugar darle a su parsimonia, sus ganas aplacadas de casi todo, su desestructura chisporroteante, sus lamentos rebasados de silencio, sus cascotes de inconsciente reprimido, sus pausas pinchando como alfileres, sus manos como hienas, sus huesos como ramas, su cuerpo de gigante estirándose como plastilina para atravesarla en los extremos?
Dos días no son más que dos días sino admiten la libertad. Un hombre sin alas seguramente será ahora y para siempre sólo un hombre. Una cena puede ser tan siquiera una cena sino hay dos que se coman a bocados usando como escenarios los manteles. Una ciudad, la repetición del mismo paisaje sino se camina con los ojos de otro. Una canción, puede ser una excusa obvia para desoir los silencios o todo o más que una canción.
Una mañana ella se tropezó con él en la estación de colectivos. Llevaba una nariz de payaso guardada en el bolsillo y un manojo de nervios amontonados en las cervicales que ni con todo el teatro universal podía disimular. El leía un libro con la cola pegada al piso y tramaba un desayuno con medialunas en la próxima hora y media. Del cielo colgaba un sol redondo que prometía. En el subte establecieron un contrato con cláusulas sinsentido para estar seguros de que iban a hacerlo añicos. Y así lo hicieron. Nada de lo hecho mereció ser contado ni mucho menos repetido. Inventaron todo de nuevo. Aprendieron a degustar la exacta temperatura de los besos y a regular el apetito para no quemarse con el deseo. Ella siempre más cerca de arder. No permitieron que el dolor les secara las alas. Se despeinaron y volaron durante dos días sin intermitencias. Estaban condenados a hilvanar vuelos. Se convirtieron en pájaros. Cada uno con su singular plumaje. Volátiles. Tensando las nubes. Dejando descansar los disfraces de sí mismos.
Comprobaron que poco importan las contexturas de las alas. Disímiles. Ellos, inexorablemente, habían nacido dos días para volar.