23/5/08

D de delirante


Lunes 23.30 p.m.

Tengo los ojos pegados en un libro de Paul Auster. El mejor libro que leo en mucho tiempo. De repente oigo a alguien decir: “Buenas”, con la e estirada. Es Alejandro Dolina que pasa a tres centímetros de mi y de Paul. Levanto la vista extrañada. Solo me sale decir: “Hola”. Luego acoto: -Uf…me asusté. No me dirijo a nadie en especial, pero a mi lado hay una chica de unos treinta años que aprovecha mi frase para preguntarme que leo. Cierro el libro dejando mis dedos a modo de señalador entre las hojas. Lo inclino mostrandole el lomo. -No lo conozco, me dice. ¿De qué se trata?.
La chica tiene un nombre exótico, que por alguna extraña razón el pequeño atico de mi memoria no se molestó en almacenar. Usa un pañuelo cubriendo toda la cabellera y me cuenta que su ocupación es tirar las cartas. -Pero ya no lo disfruto, afirma frustrada. Se me ha vuelto un karma. Entablamos una conversación con prolongados silencios entre palabra y palabra. La chica morena vivió dos meses en Croacia y dos años en Capilla del Monte. Siempre preocupandose de adivinar el destino de las personas en las huellas de sus manos. Nunca leyó a Auster pero conoce de pe a pa la obra de Niestche. No sé que lleva a la conversación a este punto, pero la chica termina estableciendo un algido juicio de valor acerca de la cultura árabe y musulmana. - Son machistas. Allá le cortan el clítoris a las mujeres, y si un hombre recibe a otro en su casa, no tiene más remedio que cederle a su mujer. La homosexualidad está sancionada con pena de muerte. ¡Es increíble!, confiesa.
Mientras dialogamos, se acerca una pareja desaliñeada de unos veinti largos. -¿Acá está Sabina? Pregunta él. -No que nosotras sepamos. Estamos para ver a Dolina. -¿Y yo qué dije?, replica. La morena me dice:-Hay mucha droga en Buenos Aires...
El programa, por demás ocurrente. Además, entre otras razones, era el cumpleaños de Dolina.

Sábado 1.00 a.m.

La distinción entre San Telmo y Nueva Córdoba un sábado a la noche es el target de la gente que se abandona a la diversión. La gran mayoría, hace rato pasó los veinte.
La moto de D es una Yamaha IBR 125, de color gris. El aire en su vaivén produce como efecto un masaje en la cara, indecoroso y sutil. Las luces de la noche de Buenos Aires, arriba de la moto, son destellos parpadeantes que dotan a las imagenes de un tinte singular.
Si tuviera que describir a D diría que es un digno personaje de una película de Alex de la Iglesia. Bizarro. Impredecible. Es excesivamente flaco, sin embargo en su anatomía puede adivinarse un cuerpo que ha sido ejercitado. No tiene reparos a la hora de hablar de él y confesar que usa jeans de mujer porque los de su talle para hombre no abundan. Le gustan los chupines. Y las zapatillas de lona, sus pies no conocen otras que no sean las All Star.
Me lleva casi toda la noche darme cuenta que D tiene un aro en la lengua. Le pregunto si a las chicas les gustan los besos con aro. Contesta que sí, aunque no demasiado seguro.
D es un ferviente defensor del libre consumo del cannabis. Tiene cultivo en su casa, compra la revista THC y asiste a las marchas a favor de la despenalización. También consume otras cosas. Pero de eso no hablamos.
Su vida es un relato pormenorizado de anécdotas graciosas e irrefutables como la eminente calvicie en su cabeza, un tema al que alude una y otra vez.
D no quiso comer más carne hace unos años. -Fue cuando se murió mi perro Nerón. -No me gusta decir que soy vegetariano, entonces digo que no como carne, que es distinto.
La historia de su perro pequinés plateado se plasmó en una canción que compuso con la guitarra. -Soy muy mal cantante, pero buen bailarín.
La banda donde canta D se llama Pasaje Diamante, en referencia a una calle de Dominico, donde vive el y todos sus amigos. Antes se llamaba Il Suceso, aludiendo a la pizzería del barrio donde asiduamente compraban muzzas, hasta que al guitarrista lo estafaron por un peso. -De todas formas ese nombre no iba a durar mucho. No es un buen nombre para una banda de rock, argumenta.
Un verano en la costa, a los dieciocho años, D hizo la vertical durante largos minutos en un concurso y eso le valió el premio de una docena de churros rellenos con dulce de leche. El coordinador tuvo que decirle que ya era suficiente porque el tiempo pasaba y el seguía con las piernas hacia arriba, como si en ello se le fuera la vida. Lo desafío a que haga lo mismo en La Giralda, la churrería más tradicional de la ciudad (que queda frente a mi casa), y se ríe.
D tuvo dos accidentes graves en su vida, una vez se rompió el tobillo, otra se le abrió una arteria de una pierna. - Mirá, me muestra. ¿Ves la marca?. También tiene un tatuaje en la espalda con la forma de la letra D. Me lo hizo una novia a los diecisiete, agrega.
-Yo no necesito una mina. Me llevo bien conmigo mismo. No tengo problemas de autoestima. Un día te voy a llevar a comer la mejor pizza de Dominico. Altas pizzas, vamos a comer ahí. Y se va, despacio, en su moto gris, a gastar Buenos Aires.

1 comentario:

fulano/martínvillarroel dijo...

Los guionistas ya no saben qué hacer, la realidad supera todo el tiempo y en todo lugar a la ficción.