17/11/08

cuchillito que no corta




Voy a hacer que no me importe que te hayas negado a cenar conmigo. Me pongo todo mi arsenal de música para momentos de desdicha en los oídos mientras corto una cebolla ahuyento de la conciencia los recuerdos de tortillas dichosas.

Tengo toda la casa invadida por frutas de todos los colores. Hace semanas que me la paso cortándolas y gritando textos violentos de fetos y semen, poniéndome en la piel de una madre perversa, tratando de que no sea mi dedo el que termine rebanado en una de esas performances.

Voy a llorar todo lo que sea necesario y no necesito una cebolla para eso. Voy a dedicarte cada una de mis inseguridades y vos ni lo vas a notar. No sé querer de otra manera que no sea ésta. Interpretándote como se me de la gana. Idealizando tus palabras. Poniéndome a disposición de tus agraciadas abstracciones.


Entonces, como todavía no sabés que es lo que puede desintegrarme hasta convertirme en el jugo de una naranja, golpeás a mi puerta y me preguntás si podes venir a ver televisión conmigo, como si nada hubiera pasado, cuando en realidad nada ha pasado.


Si tuviera que enamorarme de vos, lo haría solo por la inocencia con que tu risa se manifiesta, despojada de todos los clishés, lejos de la de todos los que se armaron una que los signifique a sí mismos, lo haría por la paz que transita por cada una de tus arterias, por tus ojos celestes casi transparentes guardándolo todo, por la exigua probabilidad con que tu gracia intenta caerme graciosa, por el escaso ímpetu que te motiva, por la certeza de tus impulsos, por la manera de tus manos, por la velocidad con que tus actos más impunes arremeten contra los sacudones de mi cuerpo llevando al sexo a que sea todo lo que lo distingue del sexo.


Si tuviera que enamorarme de vos, lo haría por la liviandad que adquiere el tiempo cuando estamos juntos, por la alegría que te genera vivenciar adentro tuyo el milagro de la música, por la ausencia de juicios en cada una de tus determinaciones, por la simpleza de tus gestos, por las pausas que abundan en tu habla, por tu pelo desprolijo, por la ternura lejana de tu voz pidiendole al cielo que no le robe las ideas a tu madre.


Pero right now no me importa pensar por qué lo haría si lo haría, porque de todas maneras no irías a saberlo. Tengo un doctorado en Harvard perfeccionado acerca de cómo disimular estados emocionales. Es tan remoto que te enteres como que a mi me llame John Casavettes para protagonizar su próxima película. Que aunque hayas dicho que tiene el nombre de un mafioso, yo sigo creyendo que es un director de cine de la hostia.


Cada vez que tengo que marcar las teclitas de los números 3 y 6, el teléfono se empaca amenazando con crispar mis nervios. Está sucio por dentro. Cuando finalmente la tecla emite pip, hace contacto por triplicado como los formularios de la Afip. Pero no me interesa en lo más mínimo. Tengo todo el día para comunicarme con la remisería y pedir un auto, si es el fantástico mejor y si me puede dejar a la entrada del planeta júpiter, de maravillas.


Estoy sudando como si estuviera metida adentro de un sauna, tengo la cara más brillante que un parqué recién plastificado pero no me importa. Voy a pasarme dentro de este cubículo todas las vueltas del reloj que sean necesarias, hasta que llames a mi puerta. Fumarme los veinte cigarrillos que completan la cajita de cartón, aunque después tenga que morirme de un ataque de tos.

Porque si tuviera que enamorarme de vos, lo haría por el aceleramiento que se produce en el tráfico de esa sustancia viscosa y roja que alguien se empecinó en llamar sangre por dentro de todos los cañitos que comprenden mi anatomía, desde el más estrecho hasta al más vasto, cuando tu boca me nombra.


Acaso ya sepas (todo) y mientras esta gota de agua que se dirigió a mi labio superior te encuentres planificando una estrategia infalible para huir de lejos de esa posibilidad. O en cambio estés diagramando el plan garantizado para no irte más de mi cama. Acaso en el misterio que te define estén todas las respuestas. Acaso no las haya. Acaso yo ya la sepa y por eso esté aplicando todo lo que aprendí en Harvard y no me importe que me duela pensarlo.

3 comentarios:

María Gabriela Costigliolo dijo...

de ahi debe ser que nos conocemos del doctorado en Harvard.. como n me di cuenta antes!!!!!!
realmente amiga si te remosntas al primer mensaje que te deje , vuelvo a retificar los mimo , me identifico de una menra extraña con tus palabras, extrañas pero certeramente... siento que vivo lo mismo y que por momentos nos identificamos con le mismo dolor, angustia, simplezas, formas de ver la vida.
Un muy buen escrito. Un beso grande amiga.
PD: Deje de pelar cebollas y lore llore a los grites, putee que tambien hace falta, como enamorarse...

Javier Pallero dijo...

Mientras, el corazón se desgrana capa por capa, como las cebollas.

Una tras otra, se acercan a su ácido núcleo, el que descolla en lágrimas y sabor.

Me encantó, me inspira ideas.

un abrazo amiga!

Anónimo dijo...

UNA DULZURA.
UN CARAMELITO.
UNA BELLEZA...
Y UN PAQUETE DE CARILINA PARA CORRIENTES!!!!