24/12/07

Lo esencial es invisible a los ojos



“Caramelo de Limón” la propuesta teatral dirigida por Ricardo Sued, presenta su segunda temporada en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, y es, sin lugar a dudas, una cita a la que no se puede faltar.
El tema sobre el cual hace hincapié la obra es una historia de amor entre un hombre y una mujer. La misma está contada a través de un contrapunto establecido entre la voz de la hija de la pareja, quien relata en tiempo pasado las peripecias de la historia y estructura toda la trama; y las mismas acciones de los personajes a los que se alude en tiempo presente, que funcionan a modo de ilustración.
El enigma y la novedad constituyen el preludio de una propuesta que se rige a través de la consigna de la experimentación. Antes de ingresar al espectáculo, la prohibición del uso de los celulares es contundente, tanto es así que una persona se encarga de guardarlos en una pequeña bolsita de residuos con un precinto de plástico. Luego, se les otorga a los espectadores una tarjeta que contiene un número y una letra, por medio de las cuales serán llamados para ingresar a la función. El que quiera irse, deberá expresar su pedido en voz muy alta, junto con su número y letra de identificación.
La desconfianza se convierte a esta altura en una alternativa viable, pero correr el riesgo es una manía para aquellos que acostumbran estar siempre a punto de saltar al vacío, en busca de una nueva emoción, para los hambrientos y ávidos de aventuras.
La entrada a la sala tiene una duración de quince minutos puesto que se hace ingresar a las 70 personas de manera individual. Vale la acotación, el trato de los actores hacia su público, es sumamente respetuoso y cálido. Ellos llevan a los espectadores a su asiento en la más absoluta oscuridad. Allí dentro el misterio se vuelve por momentos insoportable. Ya va más de una hora de demora. Sin embargo el espectador se entrega a lo que viene con la certeza de que sea lo que sea, lo dejará sin aliento, sencillamente porque está seguro de que la vida le regalará una experiencia distinta, intransferible, acaso porque el buen teatro casi siempre resulta ser como la vida. Inesperado. El teatro convierte al pasado y al futuro en presente, permite a quien lo presencia, distanciarse de aquello que lo rodea en su vida cotidiana y lo acerca a lo remoto.
Durante los sesenta minutos que siguen, el concepto de espectador como consumidor que absorbe un contenido sin generar nada a cambio, no tendrá ningún significado. Cada cual construirá la historia de acuerdo a los preceptos de su propia imaginación, de acuerdo a la propia armazón de sentido. Los actores ya no tendrán bambalinas por donde esconderse, el espacio escénico se adaptará únicamente a los límites del antojo, las luces y los colores se reirán de sí mismos sobresaliendo por su ausencia, el teatro como convención se despojará de sus vestiduras y un mundo de fantasías se abrirá ante usted de la manera más vívida y auténtica posible.
El espectador podrá deleitarse con la gran diversidad de sonidos que tan hábilmente preparados se le van presentando: una zambullida en la pileta a través del sonido del agua, la lluvia que golpea en la ventana y un leve rocío que moja el rostro, el descorchar una botella de vino, el ruido de las copas que se chocan en un brindis con amigos, el rugir del papel de un caramelo y un chocolate que son saboreados por los protagonistas y el sabor de ellos en su propia boca (las golosinas se reparten en la mano de los espectadores). Sentirá escalofríos al percibir los duros golpes al protagonista que es atacado por un militar durante el golpe de 1976, la sofocación y la asfixia a causa el método del “submarino”. La música de fondo y los gemidos de placer de un hombre y una mujer que se dedican al acto de amarse. Y al final, para que la huella de lo extraordinario sea imborrable, el olfato es sacudido como un torbellino ante el penetrante olor a limón.
Pero además, la oscuridad trae consigo un dejo de impunidad que se halla en el hecho de saber que no hay ojos en la sala que exhorten al espectador en la recreación de la historia a gusto propio. El placer de no ser juzgado por la mirada inquisisiva de los otros lleva a que cualquier reacción se imponga deliberadamente y sin pedir permiso: emitir un bostezo, una carcajada, un grito de goce o de congoja.
Agrio

En “Caramelo de Limón”, la forma le gana por goleada al contenido. La historia pasa a ser una simple anécdota. Y eso, no siempre es justificable. No por revolucionar la forma necesariamente se debe vaciar de contenido al teatro. La propuesta resulta ser un tanto banal y bastante poco atractiva a nivel de guión, y presenta algunas deficiencias en lo actoral. La voz monocorde y con escasos matices en el tono, de la hija que relata la historia de sus padres se vuelve por momentos, terriblemente aburrida. Otra actitud reprochable es que el personaje de la niña sea encarnado por una mujer adulta. Hace ruido esa voz impostada y pone en riesgo la verosimilitud del personaje.
Es sabido que el actor cuenta con el cuerpo y la voz como elementos expresivos. Prescindiendo del análisis del movimiento del cuerpo en este caso específico dadas las características del espectáculo, los desperfectos en la voz son más evidentes, teniendo que poseer ciertas características imprescindibles como: inteligibilidad, flexibilidad, potencia, adaptabilidad y belleza, las cuales no son fáciles de lograr.
Pese a esto, la propuesta no deja de ser apetitosa como el sabor en la boca de un rico caramelo de limón. Y lo más significativo, es que invita a liberar esos otros cuatro sentidos que inhibidos y olvidados, tropiezan ante la aplastante presencia del sentido de la vista. Cuestiona aquello de que una imagen vale más que mil palabras y que la fuerza de una imagen es siempre incontrastable. En el arte todo es rebatible y “Caramelo de Limón” es la prueba más fehaciente de ello.
Ahora bien, si por casualidad piensa que la puesta es demasiado experimental para usted, le aclaro que extraño no es presenciar un acto de ficción a oscuras. Más bien extraño se siente uno cuando se prende la luz de la sala y puede verse ubicado perfectamente en una fila recta, sentado en una butaca al lado de otra persona de la misma manera que se sentaría en una obra de teatro clásica. Insólito es darse cuenta de que el orden del espacio imaginado poco y nada tiene que ver con el que la realidad da a conocer. Desconcertante es constatar que las voces que habíamos oído, no condicen para nada con los rostros de los personajes a los que le habíamos dado vida unos minutos atrás. Desafiar las leyes de lo establecido, es el reto. Porque, en definitiva, ya lo dijo el célebre principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.( fijate cual de las dos frases queda mejor y saca una) que triste e insignificante la vida sin los ojos de la intuición.
Publicado en http://www.sosperiodista.com/ en junio de 2007

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