26/11/08

Crónica de una dicha anunciada







Son las ocho, de más está decirlo pero igual lo digo: Anoche no dormí. Hace un tiempo considerable que no me subo a las tablas. Extraño esa sensación a la vez que la abomino. Tengo miedo. Y sé que tengo miedo porque esto es lo más serio que hice en toda mi existencia. Y quiero hacerlo bien. Gracias al teatro conozco que los estados de placer pueden ser tan coléricos hasta llegar a incendiarlo a uno de pies a cabeza. Lo sé porque he pasado más de una vez por ellos. Yo no sé si lo hago bien o lo hago mal. Sé que nací para hacer esto. Que todavía algunas veces me niego a aceptarlo tanto como a mi propia naturaleza, que otras todavía me peleo con esa especie de vocación, que casi nunca tengo ganas de ceder ante los esfuerzos que poner todo mi tiempo a su servicio, arrodillarme de puntillas ante sus exigencias; pero también tengo para mí que la adrenalina que siento diez minutos antes de actuar no la cambio ni por todo el chocolate del mundo (quienes me conocen entienden la dimensión de la frase que acabo de enunciar). Aunque esa performance implique emitir dos vocablos, aunque consista en levantar la mejilla izquierda solamente, aunque mi tarea sea solo llenar un vaso con agua y mirar a otro actor con actitud de desidia. Por esos tres minutos, estoy en condiciones de decir que la vida vale la pena. En ese “estar en estado” (una noción de la jerga teatral), hace que seas capaz de hacer cualquier cosa que te pidan, incluso bajarte la bombacha (confieso que no lo hice). Es igual a estar enamorado. La cantidad de personas que conformen el público en esos exactos tres minutos, es insignificante. Uno va a actuar con la misma intensidad tanto frente a cuatro personas como frente al rey de España. Y aclaro: no es un lugar común.
El Oeste por dentro es un caos. Somos más de treinta actores, cada uno con sus nervios, sus cábalas, su protocolo, su vestuario, su utilería y sus textos. Miro por la rendija hacia fuera. Hay demasiada gente. Más de la que esperábamos. Mucha más. Hay público haciendo el recorrido por el mercado, avanzando según las indicaciones de guías que escupen delirios pero con la misma compostura de los grandes conocedores de la historia. Hay actores improvisando por los recovecos de los mercados, entre la carne y las verduras. Hay personas haciendo cola para subir a las salas. Hay buena vibra, no hay stress, hay pura alegría. Porque el teatro es un antídoto contra todos los achaques, un bálsamo inventado para paliar los momentos grises.

Salió como tenía que salir. Actuamos hasta más no poder y nos incendiamos enteros. Ojalá que la gente haya encontrado lo que haya ido a buscar, y sino fue a buscar nada, que haya encontrado igual. Acaso de eso se trate tanto el teatro como la vida.



PD: la luz era muy tenue y fue difícil sacar fotos por el tipo de propuesta desestructurada que planteamos, pero igual prometo un par de fotos a la brevedad.

17/11/08

cuchillito que no corta




Voy a hacer que no me importe que te hayas negado a cenar conmigo. Me pongo todo mi arsenal de música para momentos de desdicha en los oídos mientras corto una cebolla ahuyento de la conciencia los recuerdos de tortillas dichosas.

Tengo toda la casa invadida por frutas de todos los colores. Hace semanas que me la paso cortándolas y gritando textos violentos de fetos y semen, poniéndome en la piel de una madre perversa, tratando de que no sea mi dedo el que termine rebanado en una de esas performances.

Voy a llorar todo lo que sea necesario y no necesito una cebolla para eso. Voy a dedicarte cada una de mis inseguridades y vos ni lo vas a notar. No sé querer de otra manera que no sea ésta. Interpretándote como se me de la gana. Idealizando tus palabras. Poniéndome a disposición de tus agraciadas abstracciones.


Entonces, como todavía no sabés que es lo que puede desintegrarme hasta convertirme en el jugo de una naranja, golpeás a mi puerta y me preguntás si podes venir a ver televisión conmigo, como si nada hubiera pasado, cuando en realidad nada ha pasado.


Si tuviera que enamorarme de vos, lo haría solo por la inocencia con que tu risa se manifiesta, despojada de todos los clishés, lejos de la de todos los que se armaron una que los signifique a sí mismos, lo haría por la paz que transita por cada una de tus arterias, por tus ojos celestes casi transparentes guardándolo todo, por la exigua probabilidad con que tu gracia intenta caerme graciosa, por el escaso ímpetu que te motiva, por la certeza de tus impulsos, por la manera de tus manos, por la velocidad con que tus actos más impunes arremeten contra los sacudones de mi cuerpo llevando al sexo a que sea todo lo que lo distingue del sexo.


Si tuviera que enamorarme de vos, lo haría por la liviandad que adquiere el tiempo cuando estamos juntos, por la alegría que te genera vivenciar adentro tuyo el milagro de la música, por la ausencia de juicios en cada una de tus determinaciones, por la simpleza de tus gestos, por las pausas que abundan en tu habla, por tu pelo desprolijo, por la ternura lejana de tu voz pidiendole al cielo que no le robe las ideas a tu madre.


Pero right now no me importa pensar por qué lo haría si lo haría, porque de todas maneras no irías a saberlo. Tengo un doctorado en Harvard perfeccionado acerca de cómo disimular estados emocionales. Es tan remoto que te enteres como que a mi me llame John Casavettes para protagonizar su próxima película. Que aunque hayas dicho que tiene el nombre de un mafioso, yo sigo creyendo que es un director de cine de la hostia.


Cada vez que tengo que marcar las teclitas de los números 3 y 6, el teléfono se empaca amenazando con crispar mis nervios. Está sucio por dentro. Cuando finalmente la tecla emite pip, hace contacto por triplicado como los formularios de la Afip. Pero no me interesa en lo más mínimo. Tengo todo el día para comunicarme con la remisería y pedir un auto, si es el fantástico mejor y si me puede dejar a la entrada del planeta júpiter, de maravillas.


Estoy sudando como si estuviera metida adentro de un sauna, tengo la cara más brillante que un parqué recién plastificado pero no me importa. Voy a pasarme dentro de este cubículo todas las vueltas del reloj que sean necesarias, hasta que llames a mi puerta. Fumarme los veinte cigarrillos que completan la cajita de cartón, aunque después tenga que morirme de un ataque de tos.

Porque si tuviera que enamorarme de vos, lo haría por el aceleramiento que se produce en el tráfico de esa sustancia viscosa y roja que alguien se empecinó en llamar sangre por dentro de todos los cañitos que comprenden mi anatomía, desde el más estrecho hasta al más vasto, cuando tu boca me nombra.


Acaso ya sepas (todo) y mientras esta gota de agua que se dirigió a mi labio superior te encuentres planificando una estrategia infalible para huir de lejos de esa posibilidad. O en cambio estés diagramando el plan garantizado para no irte más de mi cama. Acaso en el misterio que te define estén todas las respuestas. Acaso no las haya. Acaso yo ya la sepa y por eso esté aplicando todo lo que aprendí en Harvard y no me importe que me duela pensarlo.

10/11/08

En otras palabras



El Sábado 15 de noviembre en el NO marco de "La noche de los museos" y a modo de asalto tomaremos el Mercado del Progreso (que SI forma parte del circuito museístico) para hacer nuestras pequeñas intervenciones teatrales. Nos podrán encontrar en cualquier rincón del lugar...

Para facilitarles la búsqueda estaremos partiendo con comandos de expedición a partir de las 20 hs cada media hora...Verán las señas que marquen el punto de partida....


Los esperamos ....

Los oestes


4/11/08

You're invited

Para los que no saben. Además de hacerme la escritora, también tengo la costumbre de hacerme la actriz. La ocasión será el sabado 15/11 con motivo de la 5º edición de La noche de los Museos. Varios espacios culturales permanecerán abiertos desde las siete de la tarde hasta las dos de la madrugada gratuitamente al publico. El Mercado del Progreso está invitado a participar del evento y como consecuencia todos los espacios que funcionan arriba, entre ellos Oeste Estudio Teatral. Para lucirnos como corresponde, vamos a regalarles una muestrita de la obra "Cachetazo de campo", del maestro Federico León, dirigidos por Graciela Camino.
La cita es en Del barco Centenera 143 - 1º piso (esq. Rosario), a la altura de Rivadavia 5430 / Estación Primera Junta de la línea A. Caballito. A partir de las 21 hs.

CARPE DIEM

Dos mujeres vestidas con colores claros me llevan a hacer un recorrido por las instalaciones del lugar. El personal porta en el rostro una carta de presentación que podría definirse como una harta exageración de la sonrisa. Las tonalidades del verde que exhibe la decoración aluden con obviedad a la vida sana y naturista. Una mujer me explica cuáles son las normas del lugar. Aclaro: nunca había venido a un spa y probablemente nunca lo hubiera hecho sino hubiera sido por un obsequio de la empresa que con el mismo decoro hace unas horas se deshizo de mis servicios laborales. En la recepción me piden que complete una planilla al tiempo que me invitan a beber un jugo de frutas. Luego me ponen en las manos una canasta con algunos objetos: una bata blanca, un toallón, una manzana y un agua Ser. Hay varios carteles por las instalaciones que recomiendan hidratarse todo lo posible y hay containers de agua por doquier. El baño se asemeja al paisaje de Coroico. Los espejos redondos, algodones, peines y champúes abundan. Allí me muestran el que a partir de ahora será mi locker para dejar mis pertenencias. Cuando salgo del baño en traje de baño, un hombre de piel oscura se abalanza sobre mi con una bata blanca afirmando: -Es aconsejable que circules con la bata puesta por los espacios comunes como si yo, que no tengo complejos ni pudores al momento de exhibir las imperfecciones de mi cuerpo, estuviera obrando en pos de algún mal terrible para la humanidad o algo así dejándolas al descubierto y a la vista de todos. De fondo se oye una musiquita con brisitas, hojitas y agüita que cae por alguna casacada. Lo primero fue el sauna. No es aconsejable más de cinco minutos, me había insinuado una de las mujeres. Sin embargo no fueron tolerables más que tres. Medio pie adentro de esa cámara que poco tendría que envidiarle a la de gas, hizo que sudara como si hubiera estado corriendo por nueve horas seguidas agarrada al paragolpe de un autobus. No he venido aquí para sufrir me digo y me salgo a tomar un trago de aire. Hay un hombre (que está más cerca de ser un mono si es por el exceso de bello que tiene) que está sentado en una reposera leyendo el diario Perfil. ¿Qué tan desconectado se puede estar leyendo las noticias?, me pregunto. Me sumerjo en una piscina con chorros que al golpear distintas partes de mi cuerpo, producen un efecto de masaje amable. Hay una pareja cerca mío y otra mujer que conversan. Podrían estar diciendo las más insólitas blasfemias acerca de mi persona, pero yo ya no estoy acá sino lejos de lo que significa transportar un cuerpo como si fuera una bolsa de calabacines. Mis manos y mis piernas se elevan hacia arriba por la fuerza de gravedad. Cierro los ojos y no me importa nada. Que me hayan despedido del trabajo violentamente alegando que no tiene que ver con mi “performance", que este país que está aferrado del miembro sexual de un monstruo como EEUU vaya a hundirse junto con él, que él no vaya a ser el hombre de mi vida o que no tenga ni una mínima idea de lo que le aguarda a mi vida mañana, ni el jueves ni el próximo año. Pasan horas sin que un solo pensamiento me arrebate ese estado de paz interior similar al que sobreviene sucede con la meditación. El agua es mi elemento y yo siempre lo supe. Que en otra vida sería un axolote, puedo confirmarlo en mi piel. Si sigo adentro de esta cosa por más de un cuarto de hora tendré escamas y deberán sacarme por la fuerza con el peso de un hipopótamo. ¿Y que más da?. Miro un reloj gigante que cuelga de una pared, ya pasó demasiado tiempo. Tengo que retornar a algún estado de la conciencia, me digo. ¿Se habrán olvidado de mi?, ¿Dónde quedaba la sala de relax?, ¿Tengo que secarme después de salir de esta maquinaria de aguas movedizas o volverme a enjuagar?.Camino por los pasillos con la bata puesta. Entro a una sala oscura donde hay colchonetas en el piso y grandes simuladores del relax están torrando a más no poder. Me acuesto y me tapo. Hay un hombre jugando con el celular. Para algunos no es tan sencillo volver a ser un hombre primitivo, pienso. Luego de unos minutos una chica entra y me llama por mi nombre. Me dirigen a una salita donde hay una camilla. Una mujer con manos de porcelana me pone cremas frías sobre la cara y me masajea con las yemas de los dedos más suaves que jamás haya percibido en mi existencia. El arte de los masajes corporales tiene que ver con el traspaso de energía. No solo tenemos que disfrutar el recibir sino también la acción de darle a otro un masaje. Todo lo que somos en ese momento lo depositamos en el otro usando como transmisor a las manos. Me convierto en un tallo que descansa sobre la planicie de algo que es una cama pero que tranquilamente podría ser un almohadón de vegetación sobre la llanura del Amazonas. Investigo en silencio los límites de la tensión en mi cuerpo, me paro sobre ellos y los deshago. Me desligo de una cultura que me pliega a la contractura constantemente y vuelvo a mi vida intrauterina. Una de las partes que más solemos tener contraídas la mayor parte de las horas lúcidas son los órganos sexuales, los puños, el abdomen, la mandíbula y con ella toda la cavidad de la boca. La chica me pone cremas y me saca paños húmedos de la cara una y otra vez. No me importa lo que sea que tenga mi rostro encima, no uele mal y me da placer. Cuando todo termina, ella me llama por mi nombre, y yo regreso de mi ensueño. Me dicen que faltan cinco minutos para la merienda, ¿no quiere volver a la sala de relax?. De más está decir, la merienda energizante no tiene una caloría de más. Yogurt, queso blanco, tostadas y jugo de naranja. Todo eso que te convierte en una servilleta de papel traslucido y liviano haciendo siluetas en el aire, pero que no le regala ni una sola caricia a tu estómago. En el comedor, mujeres de más de cuarenta parecen haber encontrado eso que tanto anhelaban leyendo la revista Health.
Mi misión ahí adentro ha terminado. Afuera la vida se diferencia abismalmente a este micromundo.