24/12/07

Yo estuve ahí









Viernes 20 de julio de 2006. Ciudad Universitaria. Muchas y diferentes son las sensaciones y una sola la certeza: hoy vamos a estar frente al comandante Fidel Castro.
Córdoba lleva semanas preparándose para la ocasión. El motivo: La XXX Cumbre de los Pueblos del Mercosur. La asistencia del cubano no era necesaria, sin embargo, como es su costumbre, constituyó el centro de atención. Consiguió tenernos a todos expectantes y en suspenso hasta la noche del jueves, cuando fue confirmada su presencia.
Como se sabe, esto tiene su razón de ser en los reiterados atentados que ha sufrido el líder cubano y puesto que siempre se encuentra en peligro, debe contar con la mayor seguridad cada vez que desee moverse de La Habana. Pienso, sin embargo, que sabe el efecto que consigue en la gente, y por supuesto, juega y hasta probablemente se divierta con eso.
Esa tarde no nos importó que el frío inmovilizara nuestras piernas y curtiera nuestras manos, tampoco las largas horas de espera. Habíamos estado esperando ese día tanto tiempo!, todos nuestros años de adolescentes y estudiantes de la ECI se habían impregnado del ideario de los años ‘70, aquel tiempo de ilusión que los mas jóvenes nos quedamos con ganas de vivir, aquellos días en los que todo parecía ser posible y el futuro era promisorio, tantos sueños incumplidos que quedaron como fotos atiborradas en un cajón, llenas de tierra, como postales viejas de un pasado que no vivimos pero que nos dejó un legado por cumplir en las manos. Fidel Castro era (y es) parte de todo ese imaginario.
En él se aunaban muchas de las proclamas que surgieron en la década que quiso revertir el estado de las cosas, que vio en la Revolución Cubana la posibilidad de concretar aquello de lo que tantas veces habíamos escuchado hablar a nuestros padres en la sobremesa. El era (y es) el ícono de la política latinoamericana de los años ‘70, el símbolo de una revolución hecha realidad.
El escenario donde se realizó el evento ese día, había cambiado su paisaje completamente. Ya no solo estaba habitada por jóvenes portando libros bajo el brazo sino que se había poblado de gente de todas las edades y clases sociales, Nadie quiso perderse el discurso de Fidel, porque eso hubiese significado quedarse fuera de la historia. Todos sabíamos que el motivo de tanto alboroto no era la reunión Cumbre del MERCOSUR, sino escuchar lo que el tenía para decirnos.
A muchos de los espectadores podían vérselos portando el mate y los criollitos, anticipando un discurso que se sabía sería largo, y con cámaras de fotos colgando del cuello listas para lograr su mejor disparo. La mayor cantidad de personas estaba constituida por aquellos adultos que de jóvenes habían crecido con la utopía del Che Guevara y la Revolución Cubana. Ah, y por supuesto, periodistas, muchos periodistas.
A lo alto se divisaban enormes banderas rojas y celestes y blancas, con diversas insignias de partidos políticos y centros de estudiantes universitarios. Hasta había un hombre vestido de negro sobre un caballo dorado con ruedas que publicitaba no se qué cosa y no faltaba el puesto de choripanes.
A los extremos se podía visualizar una extensa fila de baños químicos y en el fondo lucía aquel escenario en rojo montado para la ocasión.
La gran cantidad de gente, según se calcula 100 mil personas, hizo que, desde donde me encontraba, pudiera ver poco, bastante menos de lo que hubiera querido. Antes del comienzo de los discursos, los presidentes recibieron la condecoración de “ciudadanos distinguidos” por la Universidad Nacional de Córdoba de manos del rector Jorge González, quien fue abucheado por los presentes. El discurso de Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo, quien fue la encargada de la apertura del acto no fue extenso. Seguidamente, las palabras de Hugo Chávez , presidente de Venezuela, comenzaron de manera interesante. Sus argumentaciones, por cierto muy coherentes, y el tono de voz tan vivaz hicieron que le prestara mi atención por un lapso no mayor a 20 minutos.
Pasado ese tiempo, Fidel parecía hacerse esperar demasiado y mi paciencia, como la de casi todos, cedía ante la ansiedad y comenzaba a dar muestras de agotamiento. Finalmente, se dirigió a todos nosotros con su uniforme verde oliva y habló, por supuesto, también para mí aquella noche. De sus palabras, que fueron muchas, recuerdo aquello que mencionó varias veces acerca de que no podía confiar en nadie por lo cual había traído agua para beber desde Cuba, la misma que tenía en su botellita de plástico. Recuerdo que habló del Che Guevara como quien habla de un hermano, de alguien con quien compartió un puñado de grandes sueños. Recuerdo que mencionó las agresiones sufridas por parte de EE.UU, del bloqueo comercial, de su enemigo íntimo: George W. Bush (“el caballerito del norte”, como lo llamó). También recuerdo haberlo escuchado dedicar extensos minutos a la situación de Cuba, al acorde funcionamiento del sistema de salud y de educación, como también mostrarse convencido de que el MERCOSUR había derrotado al ALCA. Además, alabó nuestra Reforma Universitaria de 1917, habló del Cordobazo, del líder sindical Agustín Tosco y no se privó de amenazar tajantemente al imperialismo condenándolo a su inevitable desaparición. Recuerdo, como uno de los momentos más emocionantes, que se dejó cantar el feliz cumpleaños por anticipado como quien se encuentra rodeado de viejos amigos a los que hace tiempo no frecuenta.
Pero también guardo en la memoria un suceso en particular que me sucedió aquella noche. Hubo un momento en que me dirigí al baño y al salir no pude encontrar a mis compañeras entre el tumulto. Después de algunos minutos tratando de desplazarme con gran dificultad por entre la gente, decidí quedarme en uno de los escasos huequitos vacíos. Fue allí cuando sentí la pesadez de mis piernas y el hambre agujereando un estómago que no conocía de comida desde hacía sucesivas horas. Percibí la flojera de mi cuerpo y la imperiosa necesidad de sentarme en el suelo, aún corriendo el riesgo de ser pisoteada por los pies de todos en medio de la oscuridad. Y tuve mucho frío, y ganas de desertar, pero no dudé. ¿Cómo iba a dudar? Afortunadamente, un muchacho al percibir mi desánimo me convidó un mate caliente y galletitas. Aquel gesto tuvo un enorme significado para mí, no sólo porque recobré el aliento sino porque ahí me percaté de que él y yo estábamos presenciado un hecho histórico y lo sabíamos, y eso nos hermanaba. El y yo teníamos en común, algo más trascendente, algo que no es fácil de encontrar, teníamos aún intacta la capacidad de escuchar. Algo que todos los que nos quedamos esa noche nos permitimos dejar que aflore. Sin tapujos, ni disimulos. Claro que no es difícil dejarse seducir por un interlocutor como Fidel. Acaso sea uno de los pocos líderes políticos, sino el único, de los que aún esperamos algo, a los que aún admiramos y reverenciamos.
Aun así, elegimos resignar la estufita caliente, el café con amigos, el refugio de nuestro hogar a cambio de sus palabras. Elegimos darle el regalo que cualquier político moriría por recibir de su pueblo: nuestro tiempo y nuestro voto de confianza. Y eso no significaba que debíamos estar de acuerdo con su accionar político, sus decisiones, su modo de operar en la política cubana. Oírlo también podía significar disentir. Pero lo más trascendente fue que en esa atenta y prolongada escucha, todos practicamos el respeto por alguien que había cambiado la forma de hacer política en Latinoamérica. Alguien que alguna vez pensó en hacer algo para cambiar la situación de los demás, y lo hizo. Una Revolución.
El comandante habló por varias horas y yo me quedé hasta el final, ya lo dije, irme antes me habría hecho sentir un ser miserable, con esa actitud sólo habría conseguido traicionarme a mi misma. Jamás me hubiera podido perdonar abandonarlo. Quizás por aquello que una vez oí decir que la batalla que se pierde es la que se abandona. Y los sueños nunca se abandonan. ¡Hasta la victoria siempre Comandante!

1 comentario:

Noe Sánchez dijo...

yo no se si te llegan avisos de que hay nuevos comentarios, porque empece desde abajo a ver los posts. Quiero decirte que me engancho muchísimo con lo que escribís, lo primero que lei eran más personales, estas, tipo crónicas, que veo que no tienen comentarios, son buenísimas tambien!
Yo no estuve en la cumbre pero gracias, me hiciste sentir como si hubiera estado
un beso