21/10/09

Strindberg lo sabía...









Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, la falta de deseo, la desidia para el otro, la falta de interés en sus deseos y necesidades. Strindberg lo sabía.

La frondosa producción del autor sueco se caracterizó por su indagación en las relaciones humanas y sobre todo en aquellas que fundan los cimientos de la sociedad burguesa: la familia. La perversidad, el morbo que muchas veces tapan las convenciones sociales son puestas a la luz por su escritura que desnuda los hilos que entrelazan las vidas de sus personajes, llevándolos a un abismo del que no tienen retorno. El Pelícano es una textualidad que está atravesada por las dificultades de las relaciones sexuales que el deber impone, por la mezquindad del deseo de posesión material como del abuso sobre el poder ejercido sobre las almas, sobre la destrucción por abandono de los buenos sentimientos o de aquellas vivencias que construyen la solidez de los vínculos. La madre de la obra es el paradigma de la mala relación que el autor tuvo siempre con las mujeres, y podría ser leída como un tratado sobre su misoginia. La adaptación que dirigió Graciela Camino no prescindió de ninguna de estas propuestas del autor, pero si eligió construir una textualidad no sólo a través de la fuerza de las “textuales palabras”, sino que propuso un recorrido sobre las acciones, haciendo pasar su punto de vista por la imagen, el juego con la luz, la gestualidad, y el uso del cuerpo. El clima logrado por la iluminación a vela desde el pasillo y la escalera que conducen a la sala, y la luz baja que focaliza el escenario logran articular el tiempo y el espacio como suspendido en esas relaciones cotidianas. Junto a los personajes indica los cambios en el clímax de la acción o en sus sensaciones, y suma al efecto de época logrado por el cuidado vestuario y la escenografía –ambos ocupan un lugar importante en la integración de los significantes escénicos-; sin embargo no están en función de construir una puesta en escena naturalista, por el contrario, junto a las elipsis permite abrir pequeños resquicios para desplegar más de un sentido. La escalera en el centro de la escena, símbolo del ascenso y descenso a los infiernos de los personajes, posibilita a las actrices desplegar un interesante trabajo con el cuerpo. La distribución del texto en dos bloques, propone una nueva estructura a la intriga, aunque la intensidad lograda en el primero decae en el segundo, ya que el nivel de actuación presenta notables diferencias. Sin bien todo confluye para crear una atmósfera determinista, las sucesivas interrupciones para reorganizar la escenografía, en un cierto punto, repercuten en la atención y en el placer del espectador y, por lo tanto, en el hecho teatral. Por otro lado, es significativa la forma en que los distintos personajes van mutando en el cuerpo de los actores, de tal manera que podemos presenciar la misma escena que se repite en los dos bloques; sin perder, por ello, su propia identidad –en tanto determinada por el contexto social-económico de texto dramático.


Por Azucena Ester Joffe y María de los Ángeles Sanz. Revista Vorágine.

http://www.revistalavoragine.com.ar/revista%2023/textuales%20palabras.html



2 comentarios:

Thotila dijo...

La ultima foto es mas linda que la que puso antes.

Saludos.

María Eugenia dijo...

Thotila: puede ser, de todas formas no se usó flash y la sala estaba practicamente en penumbras asique pues, estas imagenes son todo un hallazgo!. La segunda, de Vic con los fueguitos, es muy bonita.