10/1/08

Ojo de Tigre

El destino que busqué me espera en una esquina de la cuidad de las aguas más sublimes y fastuosas que jamás haya visto. Está desencajado y tiene los ojos de un tigre. Se para sobre sus piernas firme para dar el salto y observa a su presa. Está a punto de atacarla. Simula que es la primera vez que lo hace.
Es mediodía y el sol quema la lengua de los lagartos. Su casa es luminosa, su risa también lo es. La mía en cambio, todavía es apacible y tímida. La entrada había sido jugosa. La última carta había llegado a mis manos gracias a otro descuido de mi boca. Ahora yo me la estaba jugando. No se le ocurrió ni por un instante pensar que yo era de las que no se intimidan. Era el momento de zambullirse de pies a cabeza en el plato principal. Sin un centímetro de espacio para la vacilación, con la certeza de una batalla gloriosa. Sin embargo, la fatalidad nos acechaba de cerca, y planeaba arruinarlo todo. Lo imprevisto puede ser fatal. Nos propusimos reírnos de ello. La noche nos encontraría torciendo lo inevitable sobre un acolchado azul.

El ataque
Es viernes, son más de las diez y hay un sol redondo que nos mira desde la montaña. Espero las velas que prometiste. Podríamos haber estado en ese bar de Ibiza que tanto te gusta, pero estamos en la ciudad de las mil postales, aquí los cuadros bonitos se palpan con los dedos. Nos deleitamos con un manjar premeditado y ambicioso. La ansiedad nos carcome. Aguardamos con calma el momento. Me hablas de dientes, de la suerte y del esfuerzo. Yo ya no estoy aquí sino adentro de tu cama. Pero disimular me sale bien. A qué sabrá el postre, nos preguntamos en silencio. Si fueran uvas, se desarmarían en tu boca y me las bebería por completo. Bebemos vino y fumamos más de mi cuenta. Me hablas del dolor que llevas debajo de la coraza y sin querer me pedís que te rescate, yo no me resisto. Oscuras son las reminiscencias que te dejó a su paso el amor. Casi vencidos están los cimientos de tu confianza. Trataré de salvarte esa noche y las dos que le siguen. Todas las veces que quieras. Corren como una catarata los minutos en los que tu orgullo te da una tregua. Me gusta cuando sos libre. Cuando la luna te espía, abrís en dos mitades tu alma e invitas a mis ojos a mirarla con ojos de tigre. Te lo había insinuado torpemente, sin sutilezas, pero igual reafirmo: -Conmigo no estés a la defensiva. No sos la clase de animal al que atacaría. Deja de cubrirte el cuello con las garras, menos aún te estrangularía, hubiera querido agregar. Había pasado más de una hora desde la calma a la pasión y yo hubiera deseado gritarte al oído que sí en cambio, hubiese dado todo por apresarte entre mis brazos flacos. Si hubiera habido cortinas, las hubiéramos arrancado con violencia. Si hubiera habido escaleras, habríamos desafiado las líneas rectas de los escalones. Me aseguré de que hubiera estrellas en el cielo y las coloqué una a una sobre los innumerables lunares de tu espalda. Una por una las besé. Las musas de la inspiración se regodearon afanosas cantándole al amor. Entonces aguardo el momento en que bajas la guardia y me empeño en domesticarte. Se vuelve impenetrable y robusta la coraza que te habita. Tus garras de felino agasajan mi cabello. No voy a dejar que entierres tus colmillos en mi garganta. Estás seguro y se te nota. Se borran los contornos de las rayas de tu piel. Te reís y es una explosión de adrenalina. Traviesa y amplia es tu boca. Poderosos tus brazos cuando me sostienen en el aire. Duro tu pecho cuando me hundo en él. Fervientes y enardecidas las horas del sexo. Húmedos los cuerpos en el goce. Insensatos y desquiciados los sonidos que producen mi garganta rota. Espesos los líquidos que emanan de nuestros sexos. Cobarde la suspicacia que no se anima a intimidarnos esta noche. Desdibujados los límites del exceso. Empalagosos los besos. Profundas las mordeduras en la piel. Intensa, la foto que no le sacaste a tu víctima.

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